Arnaldo Otegi es uno de los elementos más incómodos para las fuerzas del Estado español. Pocas dudas quedan acerca de esto. Las pruebas son irrefutables. Demasiadas veces encarcelado y silenciado para lo que, personalmente, ha hecho. Como líder de la izquierda radical independentista vasca, ha sido asimilado por el Estado como representación de todo un movimiento. Córtele la cabeza al pollo, y éste correrá sin dirección lógica hasta que se desangre. Así debieron pensar las fuerzas que conspiran en la sombra en Madrid.

Después de cumplir 6 años de cárcel desde 2009 por no se sabe muy bien el por qué (la versión oficial dice que por intentar refundar BATASUNA), el 1 de marzo de 2016 salió de la cárcel de Logroño. Recuerdo que yo estaba en Budapest en ese momento, visitando la magnífica ciudad en un periplo de 4 días. En Budapest conocimos a dos húngaros llamados Levente y Miklos. Cada uno por separado me hicieron comentarios que, sin ser ellos conscientes, afianzaron aún más en mi ideario los principios libertarios: comentaron que el gobierno nazi que se instauró en Budapest durante la II Guerra Mundial, cometió auténticas barbaridades, tanto como el régimen comunista que se instauró después. Y no dejaron de criticar al gobierno supuestamente demócrata aunque iliberal de Viktor Orban, que es el que regula en la actualidad el país. Por lo tanto, criticaron sin darse cuenta una dictadura de derechas, una dictadura de izquierdas y un sistema democrático. Lo que me demostró que inconscientemente, muchas más personas de las que se dan cuenta, son anarquistas o libertarios. Lo único que desean es paz, ser tratados como individuos libres y sin restricciones para llevar a cabo sus proyectos. Es éste un parámetro que se me ha repetido cada vez que he visitado un país en Europa. Hasta ahora, han sido 17.

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Esto viene a colación porque la alegría y la emoción de ver desde la habitación de mi hotel en Budapest a Arnaldo Otegi vía streaming reentrando en la arena política para hacer frente al Estado, se vino abajo poco a poco, analizando discursos y hechos que el protagonista de este artículo  ha llevado a cabo desde entonces.

Tuve la oportunidad de ver íntegra la entrevista que Jordi Évole le hizo para su sobrevalorado programa SALVADOS. Jordi Évole me parece un mediocre actor salido de la cantera de El Terrat, convertido de la noche a la mañana en un brillante periodista de investigación por una opinión pública pijo-progresista, que deja entrever claramente el actual estado cualitativo de la televisión española. Aún recuerdo cuando haciendo el irritante papel del follonero en Buenafuente, Évole fue enviado a Venezuela, a liarla allí con Hugo Chávez, como si estuviera en un plató y todo fuera gracioso, y casi acaba encarcelado.

Tras ver la polvareda que ésta entrevista de Évole a Otegi levantó entre la izquierda abertzale, que acusó a éste programa de no realizar preguntas sobre el futuro y sólo interesarse por un pasado en el que ETA acaparaba toda la conversación, decidí que sería muy buena idea pedir una entrevista personal con Arnaldo para transmitir su visión sobre el futuro de nuestro país, y también para trasladar a través de la letra escrita sus sentimientos tras estar encerrado en una cárcel, privado del mayor bien del ser humano: la libertad. Me puse en contacto directamente con él. Me contestó muy amablemente que trasladase la propuesta a Jaimito (evitaremos nombres, creo que es mejor, aunque si ellos leen este artículo sabrán quienes son), que es el encargado de las agendas. Estamos hablando de noviembre de 2016. Viviendo yo en Londres, le propuse a Jaimito de realizar la entrevista en abril, cuando tengo pensado volver a pasar unos días a Euskadi. Pero jarro de agua fría por parte de Jamito: ME DICE QUE ARNALDO TIENE UNA AGENDA MUY OCUPADA, QUE LE RECUERDE MI PETICIÓN MÁS ADELANTE, PERO QUE NO ME QUIERE ENGAÑAR, LA COSA VA A ESTAR DIFÍCIL. Evidentemente, con tanto tiempo por delante (6 meses), me doy cuenta de que esa negación de la entrevista esconde un desprecio hacia mi persona, probablemente porque no tengo acreditación de un medio mainstream, de esos de los que luego se quejan gratuitamente, en su papel victimista. Fíense ustedes de un político. No contento, hace 10 días volví a contactar con Jaimito, para recordarle que aún quería la entrevista con Otegi, esperando que me respondiese en los mismo términos despectivos. Pero, ni siquiera eso: aún estoy esperando respuesta, así que he decidido escribir este artículo en términos hipotéticos, en vez de en términos humanos. Es mi (no) entrevista con Otegi, esa que tanta ilusión tenía por hacer pero esta que tan pocas ganas tengo de escribir.

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Como orador, Arnaldo Otegi tiene poca competencia. La riqueza de sus palabras son únicas.

Arnaldo Otegi es un gran orador. Probablemente, uno de los mejores que el que esto escribe ha conocido nunca. Es ponerse delante de un micrófono y convencer a las audiencias. Tiene esa virtud, ese don. Y la palabra, es uno de los poderes de un líder. En su maravilloso discurso (constructivamente hablando) pronunciado en el velódromo de Anoeta poco después de salir de la cárcel, Otegi pronunciaba insistentemente “queremos vivir en un Estado decente”. Y pasaba a enumerar las características que debía tener ese Estado decente. O más bien (porque a veces es más fácil explicar la negación que la afirmación de lo que uno pretende explicar) hacía una definición de lo que NO era un Estado decente. “No es un Estado decente, aquel que margina a sus ciudadanos por sexo, raza u orientación sexual; no es un Estado decente aquel que echa a la calle de sus casas a sus ciudadanos. NO ES UN ESTADO DECENTE”. Con repecto a esto, me hubiera gustado preguntarle si de verdad piensa que hay Estados decentes, si me podría dar el ejemplo de uno en la historia, y qué se debería hacer para que una Euskal Herria independiente fuese un Estado decente. Le hubiera citado una teoría con la que estoy absolutamente de acuerdo, proveniente de Bertrand de Juvenel, en la que éste autor cita que la naturaleza de los Estados es expansiva. Los Estados quieren engrandecerse, y para eso, tanto para mantener el control interno como para buscar la expansión externa, crea una maquinaria militar y de fuerzas de seguridad represivas con los ciudadanos. Algunos Estados poseen más recursos que otros, y por lo tanto, surgen así disputas que crean dos tipos de Estados: Estados agresivos, y Estados defensivos. Ninguno de los dos es lo que él considera Estados decentes. Uno porque busca apropiarse de los recursos del otro y el otro porque susceptible de lo que pueda venir de fuera, impone una represión interna ante posibles simpatías externas.

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El que esto escribe y un compañero, con pancartas a favor de la liberación de Otegi, en Edimburgo, el día del Referéndum por la independencia de Escocia, adonde nos acercamos para apoyar el sí.

Quería preguntarle si de verdad cree que una República vasca (socialista o liberal, o autoritaria) puede ser justa hacia la masa no elitista de SU territorio. Al fin y al cabo, Juvenel definió muy bien el concepto de República. Surgió en Roma y del latín, cuando derrocada la monarquía que se había aliado con la plebe en contra de los patricios, se reunían los cabezas de las familias más elitistas y poderosas en res publica para debatir lo que era lo mejor para el pueblo (ergo, para ellos).

¿No sería pues, mejor, luchar para derrocar al Estado español y conseguir la liberación de los pueblos oprimidos, incluido Euskal Herria, sin establecer élites? El pueblo, claro, habría que definirlo. Por pueblo vasco, yo entiendo los oprimidos vascos. Seguramente, él entenderá por pueblo el concepto nación. Un límite territorio-espacial. Dejando de lado lo más importante, el factor humano. Esto me hubiera gustado preguntarle. Considero que el mundo, se divide entre opresores y oprimidos. Soy Galeanista en este sentido. Pero considero que la independencia de Euskal Herria se debe dar para su pueblo, no para imponer otras élites. ¿Iberdrola por ACS? ¿La ertzaintza en vez de la guardia civil? No, gracias. Quiero que se me reconozca mi euskalduntasuna. Y quiero negar mi españolidad. Pero una vez hecho esto, quiero negar cualquier imposición. No quiero élites. Lo dijo el mismo Otegi: Lehendakaririk onena, herria” (El mejor lehendakari, el pueblo). Bonitas palabras, que habría que llevar más allá. A la calle, a la protesta social permanente por conservar y libertar lo nuestro. Lo decía Piotr Kropotkin en su magnífico texto anarquista LA CONQUISTA DEL PAN:Todos los políticos dicen: ”Dadme a mí el poder, que sé qué es lo mejor para el pueblo”. Arnaldo por si acaso, y desmarcándose de un contexto en el que la clase política española está altamente ligada a casos de corrupción, dijo: “Nosotros no somos políticos, somos militantes políticos”. Aparte de ser un militante, Arnaldo Otegi, pese lo que le pese es un político: recibe una retribución económica por su trabajo. Y un despacho, donde quería hacerle la entrevista.

Me hubiera gustado preguntarle por la situación en la cárcel, y hacer un homenaje con sus palabras a todos los presos políticos esparcidos por las cárceles, no sólo españolas, si no en todo el mundo. Los Estados (esos que no son decentes) acostumbran a encerrar entre rejas lo que no pueden combatir por medios lícitos.

Me hubiera gustado teorizar con él sobre los Estados, preguntarle sobre nuestro futuro, sobre nuestras élites, sobre nuestro presente. Olvidar el pasado. Al contrario del progresista Évole. Basta poner a Évole ante un tema espinoso como el conflicto vasco, y su presunta moralidad y ética profesional y sus valores avanzados se trastornan en conservadurismo del rancio. Me hubiera gustado recordarle que cuando estuvo hace poco en Berlín, visitando el monumento a los soldados caídos del Ejército Rojo, esos que lucharon contra el fascismo, también cometieron actos bárbaros contra la población civil alemana, violando mujeres inocentes. Años atrás, la URSS y el Estado nazi sellaron un acuerdo de no agresión, entre cuyos objetivos estaba repartirse Polonia. Sólo cuando los nazis decidieron ir más allá e intentar conquistar también la URSS, el Ejército Rojo luchó contra el fascismo.El ejército soviético combatió por cambiar élites que se le habían vuelto en contra, no por el pueblo. Combatieron por un Estado indecente contra otro Estado indecente, esos de los que me hablaban Levente y Miklos en Budapest, el día que él salió de la cárcel.

Tantas preguntas, tantos conceptos por trasladar. Nunca se darán. Eskerrik asko Arnaldo. Sin saberlo, tú también, como Miklos y Levente, has ayudado a afianzar mis ideas libertarias.

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