MONSTRUOS ANTINAVIDEÑOS

Sin duda, el cine de los años 80 es posiblemente el de la década cinematográfica a la que más culto se le rinde a día de hoy. Esto es así, posiblemente, porque esa década, a su vez, es una de las más reconocibles estilísticamente. Resulta paradójico cómo en su día, se vilipendiaba al cine ochentero, calificándolo de retroceso cualitativamente hablando con respecto al cine de la década anterior, la de los años 70.

Quizás sea así esto porque la década de los 70 también nos trajo un cine estilísticamente y temáticamente de una personalidad muy marcada. Era un cine muy comprometido socialmente, políticamente, con su entorno. Hablamos, por supuesto, desde una óptica puramente estadounidense, pero también lo podemos transportar en el espacio a otras cinematografías como la francesa, en la que estaban en auge cineastas políticamente comprometidos como Jean Luc Goddard o a la británica, con Ken Loach dando sus primeros pasos.

Posiblemente, se calificó en su día de mediocre al cine ochentero porque veníamos de una década de cine adulto. Los 70 eran los años de Nixon, del Watergate, de la guerra de Vietnam, del Tratado SALT  y de películas que mostraban, criticaban y/o denunciaban este contexto como  El cazador (The deer hunter, Michael Cimino, 1975); El regreso (Coming home, Hal Ashby, 1978); La conversación (The conversation, Francis Ford Coppola, 1974); o Taxi driver (Martin Scorsese, 1976). Era la época de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979).

gizmo

Los 80 supusieron un cambio radical hacia un cine más fantasioso, mágico, menos comprometido con la política, pero sí mucho más con apartados técnicos como los F/X, con las luces de colores que daban una paleta cromática fantástica a los films, o con los animatronics.

Dos películas de finales de los 70 son, bajo mi punto de vista, las que cambiaron la forma de hacer cine entre ambas décadas, las que sirvieron de puente entre los dos estilos: Encuentros en la tercera fase ( Close encounters of the third kind , Steven Spielberg, 1977) y, sobre todo, Star Wars: A new hope (La guerra de las galaxias, George Lucas, 1977).

Para mí, fue un error hacer comparaciones entre ambas décadas sin dejarlas reposar; sin permitir el paso suficiente de un elemento clave a la hora de analizar algo: el tiempo. Ese tiempo que ha demostrado a posteriori, no sólo que el cine de los 80 es rico en forma, si no también en fondo. Y que nos ha mostrado, además, una cosa muy importante: personalidad. Uno sabe a qué nos referimos cuando hablamos de cine setentero, sí, pero también nos queda muy claro lo que es un film ochentero.

gremlins

Gremlins es una de las películas más características de los años 80. Y lo es desde el principio hasta el final. Tanto en fondo como en forma.

Los gremlins son pequeños y traviesos monstruos que convertirán la apacible ciudad de Kingston Falls en un caos durante la Nochebuena.

Este es el simple argumento de Gremlins. Sin embargo, el film esconde detrás de su narración una carga de profundidad metafórica y artística enorme.

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En primer lugar, los gremlins nacen de un bondadoso animal de la raza mogwai llamado Gizmo, que al contacto con el agua se multiplican. Y es que Gizmo (que ha sido un regalo de navidad para Billy, el héroe de la historia, de su padre) como cualquier mogwai, tiene tres reglas que hay que respetar a la hora de cuidarlo:

1.- No puede tener contacto con el agua, porque si no se multiplica.

2.- No puede ser expuesto a ninguna luz brillante.

3.- No puede comer después de medianoche.

Joe Dante, gran director de marcada carrera ochentera, aprovecha este argumento para hablar de la falta de resposabilidad del ser humano, de la incapacidad de nuestra raza para acometer tareas en apariencia tan simples como cuidar de Gizmo. Todo lo que un ser humano toca, se le vuelve en contra. Así lo que parece progreso (la TV) es una mala educación (ver la regañina del dueño chino de Gizmo al final a la familia Peltzer, por permitir al pequeño mogwai ver la caja tonta). El ser humano se cree dueño de todo por ser un ente racional, y acaba por destrozar todo lo que toca.

Es también Gremlins una crítica de la sociedad americana, con un sarcasmo, un humor negro y una acidez pocas veces vista tanto antes como después en el cine estadounidense. Kingston Falls, esa émula ciudad idílica americana del cine de Frank Capra, se convierte en un auténtico caos en Nochebuena. Joe Dante, toma la ciudad y los valores morales radiantemente americanos de ¡Qué bello es vivir! y los trastorna, los satiriza y los convierte en caricaturescos a través de una serie de esperpénticos personajes a cada cual más bajo moral y éticamente: ese inventor, el padre de Billy, cuyas creaciones son auténticas chapuzas que no duran más que una semana funcionando correctamente; la policía, que se ríe cuando nuestro protagonista trata de denunciar lo que está ocurriendo, y que huyen cuando son testigos de la situación (el proteger y servir completamente martirizado por Dante); esa vieja tacaña y avara (un émulo del Scrooge de Dickens), dueña económica de Kingston Falls e insensible con el sufrimiento ajeno y que acabará asesinada de una forma salvajemente divertida cuando los gremlins manipulan su silla eléctrica; ese ultraconservador vecino, el señor Futterman, ultranacionalista americano susceptible de toda tecnología que no sea made in USA, obsesionado conque las compañías extranjeras colocan bichos en sus máquinas, y que acabará recibiendo un irónico castigo: sufrirá un ataque que destruirá su casa con su excavadora (de producción americana) siendo conducida por los bichos (gremlins) que tanto temía. Un auténtico guiño sarcástico por parte de Joe Dante a la paranoia americana hacia el comunismo.

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Gremlins funciona también como película antinavideña. Como un amargo cuento contra la época de dar y recibir. Ahí queda Kingston Falls completamente patas arriba por los destrozos originados por los gremlins el día de Nochebuena. El personaje de Kate (Phoebe Cates) no celebra la navidad porque su padre murió el día de Nochebuena cuando ella era pequeña, en un accidente mientras trataba de descender por la chimenea de la casa disfrazado de Santa Claus para dar una sorpresa a su familia (sic).

Estilísticamente, Gremlins hace gala de un acabado formal extraordinario. Tanto el diseño de producción (no sólo de Kingston Falls, si no también del barrio chino del prólogo, con ese aura mágica) como los animatronics usados para dar vida a las traviesas criaturas, hacen que el film haya envejecido fenomenalmente bien.

Es también la película un canto de amor al cine, con constantes homenajes y referencias al séptimo arte. Aparte del ya citado guiño perverso al cine de Capra, encontramos homenajes a Grand Prix; Indiana Jones; Drácula; El mago de Oz; Cuento de navidad; Planeta prohibido… por no hablar de la magnífica secuencia de la madre de Billy haciendo frente y matando cuchillo en mano a los gremlins, pervirtiendo socarronamente cualquier película de Hitchcock, sacando por ello una carcajada al espectador. Estos constantes homenajes al cine son marca de la casa en el cine de Joe Dante. Cada secuencia, cada escena, cada plano en Gremlins contiene alguna referencia cinéfila.

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Hace algunos meses tuve la oportunidad de conocer al actor principal que da vida a Billy Peltzer, Zach Galligan, en una proyección de la película en 70 mm. en un cine de Leicester Square (Londres), donde habito. Con su innegable simpatía, Galligan nos contó mil anécdotas sobre el rodaje y sobre un proyecto en marcha para hacer una tercera parte de Gremlins, con todo el equipo de las películas originales. Cuando, en aquel encuentro, alguien preguntó a Galligan si había tenido miedo durante el rodaje del film (sic) éste, muy agudamente, respondió que ha tenido miedo desde que terminó el rodaje, ya que nadie le llama para hacer una película.

Esto deja claro también lo atados a ese cine ochentero del que hablábamos al inicio de este artículo que han quedado actores como Galligan o Corey Feldman (que también aparece en Gremlins), y sintiéndolo mucho por él, el que esto escribe espera que esa tercera parte nunca llegue a materializarse. ¿Se imaginan a los Gremlins creados por CGI? Yo tampoco. Y es que como decíamos, la personalidad es muy importante. Y Gremlins pertenece a los ochenta. No hace falta una tercera parte realizada en este infame siglo XXI. Gremlins es grande, porque tiene personalidad. No cometamos con el film otro acto irresponsable como maleducar a Gizmo, que luego nos crecen los enanos y traemos el caos.

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Quien esto escribe y mi compañera sentimental, el día que conocimos al actor Zach Galligan