Valeri Lobanovsky se mece en el banquillo, hacia adelante y hacia atrás. Es su sello de fábrica. Sigue los partidos de esa peculiar manera. LLeva los nervios por dentro. Su rostro impérterrito, rojo por el sol, deja ver unos rasgos afilados que meten miedo cuando se enfada y salta del banquillo a dar alguna orden. Así funciona la mente de uno de los mejores estrategas del fútbol del siglo XX. Es su cuarta etapa al frente del combinado de su país. Ningún otro entrenador dirigió ni dirigirá tantos partidos a la Unión Soviética como el Lobo de Kiev.

El país, envuelto ya en una crisis sin precedentes, se tambalea y trata de coger oxígeno a base de reformas radicales. Mikhail Sergeyevich Gorbachev es el doctor encargado de aplicar el difícil tratamiento. Primero retira las tropa soviéticas de Afganistán, un conflicto que vacía las arcas del Estado; luego introduce la apertura económica y política con sus Glasnost y Perestroika. Sin embargo, todo es en vano, y un par de años después, la enfermedad devendrá terminal.

Pero aquel verano de 1988 en Alemania, un verano que emana el aroma de final de ciclo histórico, de una etapa que se va, la selección de Lobanovski decidió ofrecer al mundo un último baile, un nostálgico adiós antes de que la superpotencia se diluyese para pasar a ser tan sólo un nombre en los libros de historia. 

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LA MEJOR EURO DE LA HISTORIA

 

No me he molestado en investigar para confirmar si ha habido en la historia del fútbol algún otro gran torneo en el que ningún partido haya acabado sin goles. No lo he hecho porque no me interesa convertir al fútbol en una ciencia matemática llena de estadísticas, como el fútbol moderno parece tratar de medir el balompié. El fútbol es pasión, sentimiento, sensaciones. Al menos lo fue. Independientemente de que la Euro 88 viera moverse el marcador inicial en cada uno de los 15 partidos que lo conformaron, las sensaciones fueron las de una calidad y un nivel pocas veces visto hasta y desde entonces en una gran competitición de selecciones. 

Alemania, anfitriona, e Italia, parten como las grandes favoritas. Holanda cuenta con el PSV Eindhoven como campeón de Europa; con el Ajax de Amsterdam como subcampeón de la Recopa; y con Arrigo Sacchi fichando ese verano a Frank Rijkaard para completar, jutno a Ruud Gullit y Marco Van Basten, un tridente tulipán en el Milan que se convertirá en una revolución futbolística en sí misma durante los años siguientes.

La URSS de Lobanovski ya había mostrado pinceladas de su bellísimo fútbol dos años atrás durante el Mundial de 1986 en México. Tuvo la mala fortuna de toparse en octavos de final contra la siempre áspera selección belga que dirigía Guy Thys. En uno de los mejores partidos de aquel memorable campeonato del mundo, la URSS cayó por 4-3 en una prórroga que pudo inclinarse para cualquiera de los dos bandos. 

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LOS SOLDADOS DE VALERY

La Unión Soviética comenzó la Euro’ 88 venciendo 1-0 a Holanda con un golazo (de los que acostumbraba a marcar) del ex-espanyolista Vasily Rats. Con un Van Basten que empezó el partido de suplente, se inició un círculo que se cerraría con la final entre los mismos contendientes, con muy distinto sino.

Tras sufrir ante la rocosa Irlanda de Jackie Charlton (1-1), el equipo se desató en los siguientes dos partidos. Cerraría la primera fase con un contundente 3-1 ante Inglaterra, y vencería 2-0 a Italia en semifinales. 

El talentoso once tipo de Lobanovski aquella Euro estaría formado por el mítico Rinat Dasaev en la portería, ya convertido en el capitán del equipo en detrimento de Anatoly Demyanenko (aunque éste último jugaría la final por la sanción de Kuznetsov); el veterano Bezsonov, el mencionado Kuznetsov, el gran descubrimiento de aquella Euro Vagiz Khidyatulin y Vasily Rats en defensa; el bregador Aleinikov, el talentoso Litovchenko y el elegantísimo todocampista Aleksei Mikhailichenko en el centro del campo; y con el Ratón Zavarov, el Balón de Oro de 1986 Igor Belanov y el jugador preferido de aquella selección de quien esto escribe arriba.

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OLEG, EL HEREDERO DE OLEG

Oleg Protasov comenzaba a despuntar a mediados de los 80. Tras llamar la atención en su Dnipro natal, el salto al Dinamo de Kiev fue un lógico avance en su carrera.

Ya había disputado algunos minutos en el Mundial 86, pero alcanzaría el pico de forma de su carrera en la Euro del 88. La URSS ya estaba perdiendo por veteranía al mejor jugador de su historia: Oleg Blokhin. Con Belanov sin brillar demasiado aquel verano del 88, fue Protasov quien se convertió en el auténtico estilete de aquel equipo. Si uno tiene ocasión de ver los partidos ante Inglaterra e Italia, comprobará la pesadilla que fue Protasov para las defensas rivales aquel torneo.

Qué hubiera sido de Oleg Valeryovich Protasov si no hubieran coincidido sus años de madurez futbolística con los turbulentos cambios políticos en Europa del Este, nunca se sabrá.

EL VERANO DE MARCO

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Clasificada la URSS para la final realizando el mejor fútbol del campeonato, el destino, sin embargo, ya estaba marcado para que aquella fuera la Euro de Marco Van Basten. El cisne de Utrecht había despachado con un hat trick a Inglaterra en la primera fase y había ejecutado a Alemania en su propia casa con un postrero gol en semifinales. El delantero estaba aún por escribir la obra maestra definitiva de aquel verano, la que le daría el status de mejor jugador europeo del momento. 

Esa obra la escribió en aquella final y tuvo la siguiente escaleta: un balón de Mühren que bajó de los cielos germanos; una volea que cogió una parabola imposible; Dasaev dando un salto estéril para tratar de atajar el remate; una carrera para celebrar la belleza del fútbol con una sonrisa y la mano en alto; y un gesto de incredulidad, tapándose el rostro, de Rinus Michels ante lo que acababa de suceder. Uno de los mejores goles de la historia por momento y lugar.

Ese fue el final para una maravillosa generación de futbolistas soviéticos que no tuvieron su día. Así lo constataron cuando, en dos minutos de diferencia, Igor Belanov mandó un balón al palo y falló un penalty. Sin dramatismos en la derrota, los soldados que tanto hicieron disfrutar a los aficionados al fútbol en aquella Euro, subieron a recoger sus medallas de subcampeones y aplaudieron al que había sido el mejor aquel día. Ya habría otra oportunidad pronto, pensarían. 

Sólo que no la hubo. Las reformas radicales que trató de implantar en el país Mikhail Gorbachev, hicieron oler la sangre a los diferentes bandos que luchaban por ostentar el poder: por una parte, facciones de la KGB y de las Fuerzas Armadas trataron de devolver a la URSS al viejo orden cuando el 19 de agosto de 1991 dieron un golpe de Estado frustrado; por otra, el gran ganador de aquel intento golpista, Boris Yeltsin, que con su imagen de resistente, se labró las simpatías de Occidente, que inició a verlo como el gran aliado en el proceso de liberalización de la economía rusa que se llevaría a cabo en los años venideros. 

La URSS desapareció en las Navidades de 1991. Con ella, se fueron muchas cosas: el siglo XX; un bloque que equilibraba otro… y en temas menos trascendetes de la vida, una selección de fútbol con muchas batallas y mucha historia; una selección que aún estaría en Italia 90 pero que ofreció al mundo su último acto revolucionario en el verano de 1988. Con aire de decadencia nostálgica, los hombres de Valery Lobanovski bailaron un último vals. Lejos de ser un vals fúnebre, fue uno lleno de alegría y estilismo, de esos vals que bailarían aquellos que en un adiós no derraman lágrimas, si no que prefieren sonreir por lo que fue que llorar por lo que perdieron.