Querido Bernardo (uso la españolización de su nombre por su adquirido patriotismo y su ofensa por pitar al himno nacional),

Debe ser duro que ya no le haga caso ni Paquito el Chocolatero. Debe ser durísimo para un egocéntrico que abandona a sus compañeros en plena final que ya no sea el centro de atención del mundo. Debe ser durísimo para un caballero del fútbol como usted tan lleno de principios morales, que le da igual vestir de blaugrana, de blanco y de rojiblanco, no llamar más la atención. Y sobre todo debe ser un dolor insufrible 40 años después recordar que con todo el dinero del mundo, con un corral lleno de gallos de pelea como fue aquel Barcelona, dos equipos humildes les amargasen a ustedes la vida durante cuatro años. ¡Qué trauma, Bernardo! Para eso existen los psicólogos, corazón. Para ayudarle a uno a descargar todos esos pesos emocionales negativos que no hemos podido curar y superar con los años.

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Fue usted un superdotado con el balón en los pies. Cuando no lo tenía, era usted un peligro. Y lo sigue siendo. Por el bien de la humanidad, debería cerrar esa boca, porque no debería hablar quien es un maleducado y no ha agarrado un libro en su vida. Dice usted que jugar en Bilbao era como jugar en Corea. Desconozco el sentido de esa comparación con toques xenófobos, pero que un impresentable como usted se sintiese incómodo en mi tierra es un orgullo.

Sin más Bernardo, me despido dedicándole un vídeo en el que un tocayo coreano mío le dió bien por ese ojete rubio que se gasta. Un abrazo, figura.

Endika Brea Berasategi.