No soy lo que se dice un gran admirador de las películas de James Bond. Ni me hacen gracia, ni me entretienen ni me aportan absolutamente nada más que una pregunta: por qué los villanos serán tan tontos que en vez de matar a 007 le acaban dando tantas explicaciones de por qué tratan de destruir el mundo y al final le dan el tiempo de acabar con ellos.
Reconozco, empero, que me pica la curiosidad de ver qué nos deparará la película número 25 de la saga, No Time To Die, que mezcla una serie de talentos de lo más variopinto: la canción principal de la ascendente Billie Eilish, el guión de la brillante creadora de Fleabag Phoebe Waller-Bridge y, sobre todo, el genial director Cary Joji Fukunaga.
RINCONES DE LOUISIANA
Este último es el director de la excelente primera temporada de True Detective, que traemos aquí a colación. Nunca podré dejar de pensar qué hubiera podido hacer Fukunaga con el It de Stephen King que finalmente realizó de manera soft y para un público menos adulto el argentino Andy Muschietti.
La HBO, a día de hoy la casa productora de referencia para degustar material audiovisual de alta calidad, nos ha ofrecido la pista necesaria de lo que hubiera podido ser, dándole al director con orígenes japoneses la oportunidad de realizar True Detective.

SPOILER: La serie narra la investigación de un ténebre asesinato en Louisiana, en flashback y desde el punto de vista de los dos detectives que se encargan del caso: Rust Cohle (Matthew McConaughey) y Marty Hart (Woody Harrelson). El primero es un ser atormentado, pesimista, que perdió a su hija pequeña en un accidente, sufre de insomnio y se vuelca en el trabajo. El segundo es un hombre casado y con dos hijas, que sufre de una crisis existencial que le lleva a poner los cuernos a su esposa con veinteañeras y tendente a abusar del alcohol.
No puedo más que regocijarme ante el boom que ha sufrido la carrera de Matthew McConaughey en los últimos años. Siempre defendí desde mediados de los 90 que el texano era un monstruo de la interpretación. Así lo vieron también los mejores artistas de Hollywood que no dudaban en llamarle para sus proyectos. Desgraciadamente, tuvo la mala fortuna de trabajar en las películas más mediocres o lamentables de estos directores: pienso en Contact, de Robert Zemeckis o en Amistad, de Steven Spielberg. Curiosamente, ha tenido que ser cuando se ha afeado y quitado el sambenito de galán cuando la crítica ha iniciado a darse cuenta del gran actor que es. Cuánta razón aquello de que los árboles no dejan ver el bosque.
El tono turbio, siniestro y malsano con la cual Fukunaga rodea la historia tiene su contrapunto perfecto en el brillante duelo interpretativo entre McConaughey y Harrelson, que se aprovechan de su amistad fuera de la pantalla para exhibir química. El director bebe de manera brillante de fuentes modernas, siendo David Lynch y David Fincher las más evidentes, pero no sólo, pues cierta estética de los slashers de primeros de los 70 ronda en sus imágenes. Fukunaga se aprovecha muy bien de los paisajes húmedos y sucios del estado de Louisiana para adentrarnos en un mundo de maldad, donde la perversidad, los elementos folklóricos más perturbadores (santería, voodoo) y el ambiente más degradado campan a sus anchas. Un viaje a la América más alejada de cualquier tipo de grandeza y prosperidad, donde las relaciones incestuosas, y los pedófilos y asesinos acechan en sus rincones.
Entre tanta mugre, tampoco las vidas de sus dos personajes principales nos ofrecen un poco de alivio. Tanto Rust como Marty son dos personajes alejados de cualquier tipo de heroísmo; sus flaquezas como seres humanos superan con creces a sus virtudes, dando una imagen de nuestra especie totalmente negativa. La esposa de Marty (la siempre excelente Michelle Monaghan) se vengará de las infidelidades de su marido follando (y nunca mejor dicho) con Rust, en una escena carente de cualquier romanticismo y sí llena de suciedad. Rust, demacrado por el insomnio y por su pasado, es casi incapaz de socializar con nadie y su relación con Marty se sitúa lejos de lo que se puede llamar amistad.
Fukunaga se aleja de cualquier tipo de happy ending, concluyendo que la maldad es imposible de erradicar en su totalidad de esta tierra, pero con un tono no carente de amargura, deja claro que como ocurre con las estrellas en el firmamento nocturno, hay alguna luz entre tanta oscuridad.