Posiblemente esta sea la etapa de la cual me resulte más fácil hablar. La marcha de Bizzarro trajo consigo una euforia que se prolongó cuando trabajando en 30 Euston Square como Corporate Hospitality Assistant me convertí por primera vez en mi vida en milpoundista. Al inicio estaba tan exaltado de ver tanto dinero en mi cuenta corriente que me pasé los tres primeros meses de Euston cenando fuera cada noche con quien estuviese disponible. Lo que se dice «Limousinas, cigarros puros y champán», prácticamente.

EUSTON, NO TENEMOS NINGÚN PROBLEMA

En el trabajo no podía creer que me pagasen por estar haciendo lo que hacía. Literalmente , había mañanas en que me iba al baño a echar una cabezadita o a ver películas en el móvil. Las jornadas empero, eran de al menos 10 horas, las cuales el tiempo se encargaría de demostrar que serían una carga psicológica y de desgaste de primer orden.

Por el resto, 30 Euston Square me daría tranquilidad. Empecé a levantar los cimientos de la estabilidad vital. Pasada la euforia inicial, comenzaría a ahorrar dinero compulsivamente, para tener un colchón en caso de necesidad, y también porque ya me había propuesto un objetivo, ahora que tendría tiempo y dinero: viajar. Pero volveremos a eso más adelante.

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BUONGIORNO, COME TI CHIAMI?

Fue bajando las escaleras de uno de los pisos de 30 Euston Square cuando vi que una chica muy menuda y delgadita, a la cual si una galerna del Cantábrico hubiese llegado a Londres la hubiera llevado volando, estaba trabajando como guardarropa en el edificio. Como tenía costumbre de saludar a cada trabajador nuevo que se nos unía, que era más o menos uno o dos cada día, me acerqué. «Hello, how are you? I am Endika». «I am Emanuela». «¿Italiana? Io parlo italiano». «¿Sí? Sí, sono di Sicilia». «Piacere». Poco tiempo después intercambiábamos teléfonos; poco después nos escribíamos cada noche; y hoy, cinco años después, estamos intentando desbloquear los problemas burocráticos para poder casarnos. Nunca más nos separaríamos desde nuestra primera cita. Sólo por eso, 30 Euston Square ya mereció la pena.

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EMANUELA TRAPANI

El apellido de Emanuela se pronuncia en castellano Trápani, no Trapáni, como muchos han tenido la osadía de hacerlo. Un detalle que puede parecer banal pero que es muy significativo de su carácter: tiene muy claro quién es. Si alguien intenta jugar con su personalidad tiene dos posibles consecuencias: o se exilia en Marte o recibe una hostia con la mano abierta. Si uno la trata como merece ser tratado un ser humano, lo da todo por ti. Hasta creo que se arrancaría el corazón si le hiciese falta para hacer feliz al que tiene al lado.

La primera vez que conocí a su familia lo entendí todo. Proviene de una familia donde padre, madre, hermano y ella son uña y carne. Clase trabajadora en donde lo único que los progenitores tuvieron que ofrecer a sus hijos fue amor. No hay dinero que lo pague. Ejemplares todos y ejemplares en todo.

Emanuela aportó amor a mi vida. Y principios. Muchos principios. Y seguridad. Es una motivadora nata, que no deja jamás que nadie de su entorno se rinda. Si no fuera por ella, aún estaría pensando que hacer con mi vida. O aún peor: ni siquiera estaría pensando en nada. Emanuela me ayudó a entender que la alienación social y laboral no es una opción.

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LA VITAMINA V

Con Emanuela ya al lado, nos dimos cuenta mientras nos íbamos conociendo que ambos teníamos una pasión en común: viajar. Y ninguno lo había podido hacer cuanto lo hubiera querido hasta ese momento. Como el loco que sigue al loco es el más loco, nos embarcamos en una frenética espiral de viajes. En 18 meses visitamos 17 países, algunos diversas veces. La vitamina «uve» que decía Willy Fogg la ingerimos en cantidades industriales en aquella época. Ahora sí, por primera vez en mi vida estaba living la vida loca.IMG_2770.JPG

EL SULTÁN DE ROSSETTI ROAD

Otro de los puntos que me ayudó a poner los cimientos de la estabilidad fue la casa de Rossetti Road. Allí permanecería cuatro años, y todo el tiempo que trabajé en Euston (2 años y cuatro meses) me coincidió en aquella casa. Nicolás fue mi primer compañero de habitación. Nicolás decidió emanciparse y por 10 meses conviví con mi amiga Sara. Sara se volvió a España y finalmente, Emanuela se trasladó y ya hicimos vida en pareja total.

Pero no me puedo acordar de la entrañable casa de Rossetti Road, tan cálida y acogedora, sin nombrar a uno de los grandes personajes que he conocido aquí en Londres, y por el que siento una simpatía y un aprecio enorme: Zoltan. Uno de los compañeros de casa. Proveniente de Hungría, Zoltan hace gala siempre de un humor mordaz y tiende a satirizar la condición humana de manera brillante. En su punto de mira se encuentran siempre, especialmente, los políticos.

Apenas un mes después de que a Zoltan lo echasen de la casa de Rossetti Road con un movimiento mafioso, nos fuimos también nosotros. Habíamos creado un vínculo tan fuerte con aquel maduro hombre, que incluso miramos casas para poder seguir conviviendo juntos. Al final, los caminos se separaron. Hoy en día, sigue viniendo cada dos o tres meses a cenar a nuestra casa, donde vivimos solos. Es con el único con el que hemos mantenido un contacto estable de todas las personas que hemos conocido en Londres. Un grande de verdad con el que da gusto compartir mesa y mantel.

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ASCENSO Y CAÍDA

Un año después de empezar en Euston, llegó una noticia inesperada: me ascendían a jefe de equipo. Era tan inesperado que el día que me citaron en la quinta planta del edificio para darme la noticia, pensaba que me habían pillado robando una botella de leche y me iban a despedir. Sin embargo, mucha gente se estaba yendo, y se estaba reestructurando el equipo.

No soy un ingenuo. Lo supe entonces y lo sé ahora que no me ascendieron por ser mejor que nadie, si no porque en ese momento era bueno para los intereses de la compañía que yo fuese ascendido. Porque estaba siempre disponible, trabajaba sin hacer ruido y, sobre todo, de manera independiente. En el año y medio que fui team leader, los supervisores no se atrevían a pasar por nuestra cocina. Algunos porque eran vagos, otros porque ya nos conocían y no querían tener problemas con el foco conflictivo del edificio que éramos yo y los que trabájamos en mi área, y otros, sí, porque nos tenían miedo.

Pero todo crecimiento tiene una caída. Las largas jornadas laborales que dejaban a uno exhausto, la salida de Emanuela de allí y los constantes conflictos que ya en los últimos meses eran constantes con los jefes acabaron por pasar factura y provocaron un desgaste difícil de resistir. El legado que dejamos en Euston fue echarles un pulso a los de arriba. Un compañero y yo decidimos que había que poner un poco nerviosos a las altas jerarquías del lugar, y él escribió una lista de demandas para mejorar nuestras condiciones laborales. Y entre él y yo conseguimos que 19 de los 35 trabajadores la firmásemos.

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Ese fue el principio del fin. La táctica que utilizaron los jefes fue el «divide y vencerás». Y consiguieron dividir y vencer. El 20 de julio de 2016 me fui de Euston. Pensaba que me iba para trabajar en un almacén, pero una sorpresa inesperada me dejó sin trabajo hasta septiembre, porque en agosto me iba de vacaciones.

Cuando volviese en septiembre me encontraba abocado a buscar trabajo. Una situación que no es la que hubiera deseado. Pero esa es otra historia.