SOY EL REY DEL MUNDO

Aquel 26 de marzo de 2013 me presenté a las 6 pm con pantalon negro, camisha bianca y muito puntuale en Bizzarro Ristorante Italiano para llevar a cabo mi primera jornada de trabajo, un trabajo que me iba a convertir en multimillonario, en el nuevo alcalde de Marbella, en un self made man… Dos semanas después, me daría de bruces con la realidad: el sueldo se cobraba cada sábado en negro y era un salario por debajo del mínimo establecido por la ley. Como José era un hombre muy comprensivo y de mucha palabra, apenas le preguntabas ¿por qué es así? se encendía como Mussolini lanzando una arenga y lo único que farfullaba eran insultos y maldiciones en bizzarrés, que era como yo llamaba al idioma que se hablaba allí dentro: una mezcla de portugués, español e italiano.

944743_368306949981787_953189953_n.jpg

Pero como daba para pagar transporte y casa pues por muy mísero que fuera parecía la gloria en aquel momento. Hablando de casa, muy pronto encontramos una habitación mi buen Nicolás y yo en la que fue nuestra primera casa en Londres, concretamente en el barrio de Camden. La casa estaba genial, aparte de que la calefacción no funcionó durante todo el mes, y la nieve provocaba que tuviese que dormir con la chaqueta, los calcetines y los guantes puestos. Y luego hay quien me dice que soy un valiente porque quiero ir en pleno invierno a Laponia… ¡Qué graciosetes!

EL DREAM TEAM DEL LOCO BIELSA

Si Marcelo Bielsa hubiese podido dirigir un equipo de fútbol compuesto por los trabajadores de Bizzarro, hubiese sido un equipo campeón. Lo digo porque difícilmente uno se pueda encontrar tanto loco y tanta locura en tan pocos metros cuadrados. Desde el momento en que empecé a trabajar allí, mis nuevos compañeros ya me avisaron: «Esto es un puto manicomio, Andigas», me decía en su perfecto castellano Giorgio, un anciano de 80 años que todavía trabajaba como camarero ( por cierto, «Andigas» era lo que debería ser «Endika»).

Muy pronto descubrí que sí, que era un puto manicomio. Ustedes imagínense 20 personalidades latinas distintas (con lo que eso conlleva) de tres países distintos (con lo que eso conlleva en choque de culturas) bajo el mismo techo. Añádanle personas que se bebían dos botellas de whisky al día y un chef marroquí que sin haber pisado jamás Italia hablaba un italiano más fluido que Petrarca. Salpimienten este jugoso menú con un ritmo de trabajo infernal, constantemente clientes entrando por la puerta, todo el mundo a gritos y cada uno más feliz que una perdiz cuanto mayor sea el caos. Eso era Bizzarro Ristorante Italiano. Esa era la creación de José Ferreira, el desquiciado mánager al que la cabeza le iba a 100,000 revoluciones y que dirigía un restaurante que funcionaba a 100,000 revoluciones.

img-20170909-133146-largejpg
El gran Mourinho de Bizzarro, José.

EL LIBRO DE LA SELVA

Tampoco me voy a ir yo mismo de rositas de esta historia. Si la gente del Bizzarro estaba loca, yo iba a ser uno de los más locos. Entiéndase loco como alguien a quien cuanto más trabaja más energía tiene, cuantas más hostias le pegan más pone la otra mejilla y cuanto más caótica y desastrosa es una jornada mejor se lo pasa. Y ello era debido a mis compañeros de trabajo. ¿Cómo olvidarme de todos ellos? Muchos siguen siendo a día de hoy los que considero como los mejores amigos que hice en Londres y de los que guardo un cariño muy especial: Roberto, Salvatore, Joel, Claudio, Giulia, Ignazio, Lucia, Marta, el chef Kassim. ¡Cuántas risas en medio de jornadas fatigosas y caóticas!

Pero en contraposición, también estaba la guardia pretoriana del Emperador José. Los que llevaban más tiempo allí y apretaban a los jóvenes para hacerles sacar o sus lágrimas o su sangre. Para ver quién valía o quién debía irse a casita a llorar con mamita, como pensarían en sus cabezas de militares con bandejas. Y así llegó un día en que a mí también me pusieron a prueba para ver si era una bestia o un niñito consentido. Concretamente fue Giorgio, el octogenario camarero al que hice mención anteriormente. Me hizo un pedido de bebidas, en la que cometí un pequeño error. Serví dos vasos de tinto y uno de blanco en vez de hacerlo al contrario. Comenzó a preguntarme si era gilipollas. Mi reacción fue la de un lord de la cámara inglesa: rojo como un tomate de temporada veraniega, le agarré del cuello delante de todos los clientes y le llevé contra una pared: » ¡Adesso basta! La prossima volta ti giuro che ti porto fuori e ti ammazzo, vecchio schifoso di merda!» Traducido al castellano, algo así como «qué simpático eres, mi buen amigo».

En ese momento ya hablaba con bastante fluidez en italiano, una de las ventajas de haber trabajado en el Bizzarro, ya que era el idioma predominante. El buen Giorgio, viéndome con tan galante compostura, apenas esbozó una muesca de terror. Hasta entonces me había controlado siempre. Aquel día, pasé a formar parte de los hombres de Bizzarro, o dicho de otra manera, ya tenía el orgullo de poder decirle al mundo que me había comportado como una bestia y un salvaje. Pero me había servido. Nadie más me volvió a gritar nunca allí dentro. Ni siquiera José. En aquel extraño libro de la selva, había actuado bajo los parámetros de la ley de la jungla. Y había ganado.

1048343_659790494035659_725942686_o.jpg

¿POR LA PUERTA DE ATRÁS? NO, POR LA DE DELANTE. GRACIAS

El 31 de diciembre en el Bizzarro se trabajaba sí o sí. Y al que no trabajase le ponían de patitas en la calle. Esa era la amenaza. Como siempre, las amenazas me las comía y las acababa haciendo de vientre. Así que con el desgaste de 8 meses trabajando seguidos en el Bizzarro me fui a Galicia, a casa, a pasar las Navidades. Necesitaba estar con mis amigos. Me dieron el finiquito el día 24. Mi último día… o eso me hicieron creer. Porque cuando entré en el despacho del José Mourinho bizzarrés y le pregunté cuándo iba a cobrar las vacaciones que me correspondían de todo el año, me dijo que me pasase por allí cuando volviese de vacaciones si quería seguir trabajando en el restaurante. Allí me confirmó lo que ya sabía: en Londres es muy difícil que te despidan de un trabajo si le gustas a tu mánager. Puedes ser un golfo, llegar siempre tarde, tomarte días libres porque te da la gana… pero si le gustas a tu jefe, tienes vía libre para hacer lo que te dé la real gana.

Y cuando volví de vacaciones echaron al tipo que habían contratado para cubrir mi baja de 10 días y comencé a trabajar. Me fui de allí cuando quise (o cuando pude) pero no cuando lo quisieron otros. Me fui por la puerta de delante, porque nunca me gustó la de atrás. Por eso aguanté tantas broncas, tantos gritos y tan poco sueldo: me sirvió de disciplina, me sirvió como aprendizaje y sobre todo, me sirvió para que a partir de entonces ninguna carga profesional por muy ajetreada que fuese me pareciese lo suficiente. Siempre diré: «no hice la mili, pero trabajé en Bizzarro». 

1044232_10201370470166309_1357397852_n.jpg

EL SOCIALISTA NO MARXISTA QUE SE CONVIRTIÓ EN ANARQUISTA

Siempre me pareció repulsivo Karl Marx. Él y sus escritos. He leído El Capital una vez y media, porque nunca lo terminé por segunda vez. Y me lo parece porque trata de convertir en científico algo que lo es tan poco como una ideología. El socialismo no es el mejor sistema porque haya fórmulas matemáticas de explotación. El socialismo es el mejor sistema porque no puede existir jamás la explotación del hombre por el hombre. Yo era un socialista convencido. Muy pronto, mi experiencia profesional en Bizzarro y los debates  en el Caffe Nero de Paddington con mi ex-compañero de Universidad, Esteban Vidal, en las horas de pausa, me servirían como elementos de una crisis ideológica interna. Comencé a abrirme a preguntas que no me había hecho anteriormente. La Historia tal y como la había percibido hasta ese momento se rompió en mil pedazos. Pasé de leer libros sobre la Revolución Cubana y  del Chile de Allende a leer a Bakunin, a Malatesta y a Kropotkin. Anticuados, pero atractivos. Muy pronto, encontraría a los auténticos iluminadores de mi nuevo camino: Noam Chomsky y, sobre todo, Eduardo Galeano. Y así, en un proceso que duró más o menos año y medio, gracias a la explotación sufrida en el Bizzarro, abracé la causa libertaria.

DE CASA A CASA Y TIRO PORQUE ME TOCA

Otra de las cosas para las que uno se tiene que preparar si emigra es para la inestabilidad de los primeros meses. Uno vive en un terremoto que te sacude constantemente. Y eso también incluye el encontrar una casa que uno sienta como más o menos un hogar en un país extranjero. Nosotros tuvimos tres casas en los primeros tres meses y tan cansados estábamos de todo (incluído el trabajo) que Nicolás y yo a un tris estuvimos de irnos más al Norte, a Edimburgo. Si tampoco allí hubiéramos encontrado la felicidad ya sólo hubiesen quedado Groenlandia y el Polo Norte para acogernos.

Pero decidimos aguantar y superamos nuestra primera crisis en Londres. Dormimos sin calefacción en una casa, en otra no teníamos luz en el baño, en otra ni siquiera tuvimos durante varios días camas individuales y tuvimos que compartir. Tras estas penurias, en lo que respecta a la casa íbamos a pegar un pelotazo cuando en julio encontramos nuestra habitación doble en Rossetti Road, en el Sureste de Londres. Era una habitación grande, en una casa pequeña pero muy acogedora y muy barata. Allí pasaría yo mis siguientes cuatro años en Londres. Y en aquella casa conocería yo a una de las personas que más aprecio de entre todas las que he conocido en Londres: ya hablaré del húngaro Zoltan V. en otra entrada.

110811_4ml0tambyuw3ufd3ahzeqc49r.jpg
Mi antigua casa, situada en Rossetti Road

HAY UN AMIGO EN MÍ…

Era abril de 2014. Llevaba más de un año trabajando en Bizzarro cuando a través de un ex-compañero de cine al que concocí paradójicamente en Londres y al que nunca podré agradecerle lo suficiente, encontré un nuevo trabajo. También en hostelería, pero corporativa. En un edificio situado en 30 Euston Square. Iba a cobrar más y trabajar menos. Estaba tan cansado de Bizzarro que ya no podía más. Llevaba desde que fui readmitido después de la famosa noche de Nochevieja buscando trabajo. Nadie llamaba. En febrero quise tirar la toalla. Fue la única vez que he estado a punto de comprar un billete de vuelta a casa. Me sentía desmotivado, cansado, frustrado, solo… Entonces fue cuando en el momento en el que estando uno fuera de su casa y solo, apareció un apoyo. Mi compañero y amigo portugués de Bizzarro Roberto Martins me agarró del hombro y me dijo: «¿ Y qué vas a hacer si te vas, hombre? No puedes irte. Y si te vas, será para volver. Mira: si hay alguien de todos nosotros, los que trabajamos ahí, que merece triunfar en la vida, eres tú, porque tienes los principios que nos faltan al resto». No hay día en que, cuando miro al lado de mi cama y veo a Emanuela a mi lado, no pienso en aquellas palabras. Y no hay momento en que piense en esas palabras y no me emocione. Ya lo sabes bien, amigo, pero allí donde andes por Italia, no me cansaré de agradecerte aquellas palabras. Fueron la fuerza en la debilidad. Sin ellas, no se dónde estaría hoy.

954748_10201179154381950_934113_n
Roberto, qué grande, portugués.

Por todo ello, por todo lo que fue, cuando salí por última vez por la puerta de Bizzarro en mi último día de trabajo, no pude evitar las lágrimas. Había sido explotado, sí; había aprendido un nuevo idioma inesperado (italiano), también; había sentido una cosa que no sentiría más en ningún otro trabajo: el sentimiento de pertenencia. ¿Y cómo no sentirlo? Salvatore, Joel, Roberto, Giulia, Kassim… Incluso José y Giorgio, que me enseñaron que cuanto más te aprieten más te tienes que apretar a ti mismo. La vida debía continuar (y mucho mejor) en Euston. Pero esa es otra historia…