Me he decidido a ir contando las aventuras y desventuras de mi vida en Londres ahora que tengo un trabajo nuevo. Considero que cada trabajo que he tenido hasta ahora ha marcado una nueva etapa en mi vida, no sólo londinense, si no en general. Lógico teniendo en cuenta que un trabajo nuevo supone cambios y vida nueva. En definitiva, quiero compartir vivencias y experiencias que quizás le puedan servir a alguien y, por qué no reconocerlo, como una especie de diario de mis recuerdos y una manera de reflexionar de lo aprendido hasta ahora.

THIS IS NOT HOLLYWOOD, CHAVAL

Cuando uno llega a un sitio en el que no conoce a nadie ni nada y que no es conocido por nadie ni por nada empiezas de cero. Enseguida lo supe. Venía con un curriculum en el que apenas había experiencia profesional más allá de unos meses en un Eroski, dando una mano en el bar de la familia y cinco años en el mundo de los cortometrajes.

LLegué a Londres un 12 de marzo de 2013. Sólo lloré un poco en el avión, acordándome de mi amama y de sus hermanas y hermano. Gracias al dinero que me prestaron ellos llegué aquí con una maleta grande y poco más, junto a uno de mis mejores amigos, Nicolás. Teníamos una habitación doble reservada en un albergue en la zona de Northfields para 15 días. El resto, lo iríamos viendo. Lo primero, comprarse tarjeta telefónica con número inglés e introducirlo en los curriculums para que te puedan contactar. Si no hay teléfono, no hay trabajo. Segundo, sacarse el National Insurance Number, o lo que equivaldría a la Seguridad Social, número a través del cual pagas las tasas (hasta un 20%) de tu sueldo para que la simpática Isabel II y el Gobierno de la Gran Bretaña puedan financiar su siguiente invasión en Afganistán o en Irak.

En eso consistieron precisamente aquellos primeros días. En buscar trabajo. Al principio Nicolás y yo íbamos juntos. Luego, cada uno por su cuenta, con sus horarios. Yo prefería salir más temprano a echar curriculums y volver antes al albergue, donde nos esperaban unas lujosas duchas compartidas llenas de roña en el sótano y un microondas en la cocina (también comunal) para poder recalentar pasta congelada. Jamás olvidaré aquellos paquetes de pasta, un manjar exquisito para provocarte hemorragias intestinales, que junto a la leche y las galletas se convirtieron en el único alimento de esas primeras semanas.

Ni habíamos llegado a la Tierra Prometida, ni nos esperaba un caldero de oro al final del arco iris.

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LOS CUADRADOS DE BIELSA

Hasta tal punto me había ya influido Marcelo Bielsa y su estilo de vida que para entregar curriculums copié el método que él usó para descubrir jóvenes futbolistas en la provincia de Santa Fe cuando trabajaba en las categorías inferiores de Newell´s. Él cogió un mapa de la zona y lo dividió en cuadrados. Yo cogí el mapa del Metro de Londres y separé las estaciones en cuadrados. Por ejemplo, Paddington, Edgware Road y Marylebone son tres paradas que están una detrás de otra en el mapa. Esas estaciones formaban uno de mis cuadrados y allí iba a entregar curriculums a la mañana siguiente con el objetivo de que algún negocio de la zona se dignase a convertirme en esclavo asalariado.  ¿Soy un freakie? Tal vez. ¿El sistema me resultó efectivo? También. Gracias, Marcelo.

LUIGI, EL MEXICANO TURBIO Y OTROS CHICOS DEL MONTÓN

En nuestro albergue en Northfields se hospedaban algunas buenas gentes venidas de rincones distantes del globo. Así, en los pocos minutos que pasé en la cocina compartida (por aquello de que no soy muy sociable) conocí a personajes tan instructivos como el amable Luigi el Napolitano. Era tan amable que me dió el número de teléfono de un  mánager de un restaurante italiano de Bond Street para el que había trabajado hacía años. Pero era también muy poco solidario y a cambio, un día después, me pidió cinco libras prestadas porque se le había roto su tarjeta de crédito. Le agradecí mucho su contacto, al que nunca llamé, e  hice todos los esfuerzos posibles para no volver a encontrármelo y no darle los miserables cinco pavos que estaba tratando de timarme. Atención chavales/as con los que siendo nuevo en un sitio quieren sacar provecho de tu inexperiencia.

También conocimos en aquel albergue a un ya entrado en años mexicano un tanto excéntrico. Primero, porque no tenía acento mexicano cuando chapurreaba un español ininteligible; segundo porque sus rasgos no eran indígenas precisamente; y tercero, porque se pasaba el día en la cocina viendo documentales en su ordenador sobre bombas nucleares. Nunca descubrí de dónde había venido realmente, aunque si me dijesen que era un antiguo nazi exiliado en México y con la identidad cambiada, respondería sin mucha sorpresa: «¿Ah, sí? Qué sorpresa».

Con estos mimbres, lo mejor del día era estar fuera chupando frío (estuvo todo marzo y parte de abril de 2013 que nevaba sin parar) y estar a la intemperie recorriendo las calles de Londres en busca de trabajo.

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EL PRINCIPIANTE

Cuando llegué a Londres no lo hice por gusto. Si no por necesidad. Y esa necesidad fue un buen compañero de armas en aquellas primeras semanas porque me recordaba de dónde venía y que por muy mal que fueran las cosas había que tirar para adelante sí o sí. Había dejado Euskadi con una deuda bancaria sin comerlo ni beberlo, sin trabajo, sin amigos en los que apoyarme… Londres sólo podía aportar luz a mi vida, aunque no se viese casi nunca el sol. Esa necesidad trajo involuntariamente consigo el abrazo a una filosofía concreta: la del día a día. No pensar más allá. Si uno piensa sólo en lo que va a hacer al día siguiente es mucho más fácil soportar el vivir en un lugar extranjero que si comienza a pensar en meses o en años venideros. Y eso es lo que hice. Exisitía sólo el mañana.

Apenas hice turismo en aquellas primeras semanas. Todo lo que vi (el Big Ben, Notting Hill) lo vi mientras caminaba para entregar curriculums. Soy una persona que no disfruto el momento. Los grandes triunfos vitales duran poco en mi memoria y, sin embargo, es difícil olvidar los sinsabores durante mucho tiempo. Me corría prisa. Quería que me llamasen de algún sitio y ponerme a trabajar rápido.

La primera entrevista llegó por fin. Era para trabajar haciendo bocadillos en la cadena Subway. Fue un desastre. Llegué tarde porque no encontraba el camino. Y cuando terminé la entrevista en un inglés que no tenía nada que envidiar al que hablaban Toro Sentado y Caballo Loco, me giré para marcharme y abrí la puerta que no era: la de un frigorífico. Evidentemente, nunca me llamaron. ¿Why not?, me sigo preguntando a día de hoy. Ocasión fallida.

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Y LA LUZ SE HIZO EN UN LUGAR MUY BIZZARRO

Y finalmente, justo dos semanas después de llegar, un 25 de marzo, entré por otra puerta más a dejar un curriculum. Era un restaurante italiano en Paddington, lugar conocido por su estación de tren y la cantidad de hoteles alrededor. «¿Can I drop my CV?», pregunté sin esperar demasiado alarde. Pero aquel señor (que luego pasaría a ser un personaje), se giró y me dijo gritando, como si estuviese enfurecido y con un fuerte acento portugués: «¿Eresh español, chico? Parlame en eshpañol chico. ¿Qué sabes hasher? ¿Sabesh limpiar cucharash?» Parecía estar hasta arriba de cocaína. Pronto descubriría que de cocaína nada. El señor era así. Primer encuentro con un personaje alienado en esta ciudad alienante. Sin dejarme responder me dijo: «¿Puedesh empesar mañana? Trae camisa bianca, pantalón negro, chico, ¿ok? Mañana a las 6 pm aquí». 

El nombre de aquel desquiciado personaje, al que la cabeza le iba a 100,000 revoluciones era José Ferreira. Portugués de Braga que se hacía pasar por italiano de Pescara. A día de hoy no puedo evitar sonreir cuando echo la vista atrás y pienso que sí, que yo también tuve mi Mourinho particular, un personaje a veces odioso, pero con el suficiente carisma para que los que hemos pasado bajo su mando podamos decir estando ya fuera de sus dominios, que nos hicimos hombres gracias en gran parte a él.

Cuando salí por la puerta, me giré para ver cómo se llamaba el restaurante que se iba a convertir en mi primer trabajo en Londres. Se llamaba Bizzarro. Pero esa es otra historia a contar en otro momento.

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