Bien sabemos a día de hoy (o deberíamos saber) que bajo la aparente inocencia superficial de los dibujos animados de la factoría Walt Disney se esconden multitud de mensajes subliminales de tendencia conservadora, por llamarlo de alguna manera. Las historietas del tío Walt siempre han hecho una defensa a ultranza de los valores tradicionales del american way of life como el machismo, la bondad de las clases altas y la heroicidad y caballerosidad asexual de los personajes masculinos, a poder ser, de sangre azul.
Pero reconozco que no había entrado en profundidad a analizar una película muy bien considerada por el gran público y que data de los años 90: El rey león. Hace muy pocas semanas asistí a una maratón de películas Disney en el cine Prince Charles, en pleno Soho de Londres (uno de los mejores sitios del mundo para disfrutar del cine). Cuál fue mi sorpresa que cuando inició la proyección de El rey león comencé a percatarme de que la película y el reinado de Simba no son más que una apología y una defensa del buen gobierno mundial de la nación elegida por Dios: obviamente, Estados Unidos.
Mi cara se iba tornando en una mueca que era una mezcla de sorpresa, indignación y sarcasmo contenido mientras los fotogramas iban manifestando parábolas visuales sobre todos los regímenes que han sido (y son) enemigos potenciales de la Casa Blanca (menos curiosamente, la URSS), aparte de un panegírico bíblico sobre la nación de las barras y estrellas.
EL FIN DE LA HISTORIA
Contextualizando, El rey león se estrenó en 1994, tres años después de la caída del comunismo que dejaba vía libre a Estados Unidos para imponer a escala global su imperialismo basado en las ideas (neo)liberales. Francis Fukuyama, un cómico sin gracia que decidió meterse a charlatán y al que la historia califica como politólogo, declaró el fin del comunismo como «el final de la historia», eufemismo estúpido y arrogante del triunfo final y glorioso del sistema político americano; un cuarto Reich que dominaría (y destruiría) el mundo a través de grandes corporaciones por los siglos venideros.
Con un poco más de sentido común que Fukuyama, que debía estar tan excitado por la caída de los rojos que su hígado ya no regía más alcohol, Samuel P. Huntington contestó a éste que el final de la lucha capitalismo-comunismo no significaría el final de la historia, si no más bien el inicio del choque entre civilizaciones.
Y en este tema está precisamente uno de los mensajes subliminales de El rey león, donde se compara la toma del poder de Scar con la llegada de la civilización musulmana para intentar romper el nuevo orden mundial unipolar. Convertidos los hijos de Alá en plena época de Postguerra Fría en una de las grandes resistencias contra el imperialismo yankee, uno se queda con la boca abierta cuando ve el satánico plano de Scar coronado por composición de encuadre bajo el mayor símbolo de la religión musulmana, la media luna (ver foto número 2).

EL CAMPO ZEPPELIN DEL SERENGETI
Más conocido es todo el simbolismo totalitarista que rodea al golpe de Estado de Scar. Tras matar a Mufasa y desterrar a Simba, lleva a cabo una alianza con un animal carroñero como es la hiena, que sirve también para realizar una analogía entre el ejército de hienas que desfilan ultramilitarizadas por el Serengeti con los soldados de las SS que desfilaban saludando al Führer por el famoso e infame campo Zeppelin de Nuremberg. Las hienas y las SS comparten el color de sus uniformes, siendo la piel de las hienas y las ropas de los nazis grises y negras (ver las fotografías comparativas abajo).
No es mal momento nunca para recordar que a pesar de la animadversión del gobierno americano hacia los nazis que promulga la historia oficial, los tratos comerciales entre la Casa Blanca y muchas empresas estadounidenses con el gobierno de Hitler en la época de preguerra y una vez ésta ya había comenzado, son bien sabidos. Los de el magnate del petróleo Prescott Bush, padre y abuelo de dos simpáticos caricatos que llegarían a ser presidentes, entre ellos. Amén de la simpatía que sentían destacados ciudadanos estadounidenses hacia la ideología nacionalsocialista, entre los más destacados Henry Ford (que fue condecorado con la cruz del águila por el embajador alemán en Estados Unidos) y el piloto Charles Lindbergh.
ANARQUISTAS TERRORISTAS
¿Y qué me dicen de los inocentes y graciosetes Timón y Pumba? Obviamente son dos animalillos anarquistas, que viven en paz y amor cantando Hakuna Matata, una versión pop del vive y deja vivir de los militantes libertarios de todo el mundo. Simba se unirá a ellos en esa sociedad multirracial donde negros y blancos, leones y cerdos conviven en armonía; viviendo y alimentándose de lo que ofrece la tierra, dejando Simba de ser quien en realidad es, convirtiéndose en un elemento despreocupado del sistema, un elemento subversivo en potencia.
Por supuesto Simba abandonará esa comuna hippie del flower power para volver a reinar e instaurar el mejor de los gobiernos en su reino. ¿Alguien se acuerda cómo Estados Unidos abandonó su aislacionismo histórico a inicios del siglo XX para pelear en el tablero de la política mundial por ser la potencia hegemónica? Sí, Hakuna Matata.
EL DESTINO MANIFIESTO
Por allí aparece Rafiki, más feo que un mono comiendo un limón, valga la redundancia, para hacer ver a Simba que debe volver y gobernar, porque su reino se ha convertido en una Dresde o una Varsovia en ruinas por culpa de Adolph el Mujahidín Scar. Ante las reticencias iniciales de éste, Mufasa se le aparece en el cielo, como si fuera Yaveh, hablando y guiando a Simba cual Moisés perdido en el desierto hacia las alturas de su trono (ver foto 5). Porque ya se sabe, es su hijo y por lo tanto el elegido; el único y verdadero rey.

Con la llegada al poder de Simba tras derrotar al malvado Scar, todo vuelve a su cauce: la felicidad, la libertad, el buen tiempo, y los antílopes y las cebras que serán devoradas por el león ante el que se arrodillan. De eso sabe un poco la clase trabajadora mundial. Pero como Simba es prácticamente el hijo de Dios, pues legitimado está para hacer lo que le de la real gana desde su trono. Más o menos, es el Destino Manifiesto, la idea que justificaba a Estados Unidos a expandirse de este a oeste, y cargarse por el camino a todo nativo indígena que no quisiese ser convertido a la fe del pueblo elegido por Dios.
El rey león siempre me ha parecido una maravilla de la animación y me lo continúa pareciendo. El discurso ideológico evidente que se encuentra detrás no es óbice para degustar esta maravilla cinematográfica. Pero ojo, que los niños que consumen este tipo de producciones ya son adoctrinados en que alguien debe gobernar sobre ellos porque es el mejor. O porque, simplemente, es el hijo de Pepito.