Del relato corto A COSTA DA MORTE
Algunos dicen que se llama así porque durante muchos siglos se pensó que el Sol moría allí, en aquel Finisterrae.
La historia oficial, escrita siempre por culpables absueltos por ésta, dice, sin embargo, que fueron los ingleses quienes le dieron ese sonoro y truculento nombre: Death Coast. La razón fue el naufragio del buque-escuela Serpent. A partir de ahí, calumnias imparables que se engrandecían como una bola de nieve rodando por una pendiente abajo.
Durante siglos, A Costa da Morte ha sido un punto de vital importancia para el comercio marítimo internacional. La arrogancia humana, en su codicia para aumentar más y más las ganancias capitales de sus Estados, mandaba barcos y más barcos a través de su ruta. Incontables fueron los que naufragaron, miles los marinos que murieron tragados por el mar mientras trabajaban, alimentando la leyenda de la zona y la de sus gentes, a los que los comerciantes calificaban de no menos que de piratas, acusándoles de confundir a los barcos a propósito para hacerlos naufragar y hacerse con el botín de lo que transportaban.
Pero estas leyendas no dicen que cuando uno de esos barcos naufragó en 2002 portando petróleo y destrozando aquellas aguas, los piratas de tierra no lucharon por el botín que se desencadenó en forma de chapapote, si no que lucharon por limpiar las aguas y el ecosistema, mientras gritaban Nunca Máis.
John Ford dijo que en el Oeste americano, “entre la realidad y la leyenda, se imprime siempre la leyenda”. En A Costa da Morte, sus peculiares corrientes marinas de identidad salvaje, los lagos y bajos que hay casi a la altura de su superficie y la facilidad para la creación de fenómenos climatológicos como la niebla, llenan su espacio de moluscos y crustáceos; de peces y pulpos; de rocas llenas de mejillones y mariscos. Si les preguntamos a los capitalistas, dirán que es la Costa da Morte. Si les preguntamos a los animales que moran en las aguas de Laxe, Camariñas o Cabo Toruiñán, dirán que es la Costa da Vida. Y sinceramente, entre creer a alguien que habla representando al dinero o creer a los percebes, es mejor creer a estos últimos, porque van sobrados de lo que el capitalista no tiene: inocencia.
Endika Brea Berasategi