No cabe duda de que Guillermo del Toro se ha marcado un buen tanto con La forma del agua aprovechando la inclinación de la opinión pública en éste curso hacia el cine fantástico por motivos que seguramente requerirían de un estudio socio-psicológico profundo. Quizá sea porque la historia de amor que plantea el director mexicano en éste film haya sido tomado por Hollywood como una exorcización de todos los escándalos de abusos sexuales entre miembros del negocio que están saliendo a la luz en los últimos meses, aunque ésto no es más que una suposición personal. La realidad es que Guillermo del Toro no sólo se ha llevado el Globo de Oro a mejor director si no que probablemente la estatuilla dorada del tío Oscar tiene ya su nombre grabado en la base.

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La forma del agua debe ir más allá de si es una película de Oscar o no. Porque, a fin de cuentas, ¿qué son los Oscar? Un conglomerado donde el tráfico de influencias (por llamarlo de alguna manera) y los intereses económicos de ciertos productores han corrompido un evento que dejó de ser serio hace muchos años y que ha contado con la inestimable colaboración de la hipócrita comunidad cinematográfica, que cada año aprovecha el evento para tocar fibras sensibles y concienciar (además de aumentar ratings de espectadores) de manera rancia sobre temas sociales como el racismo, la homosexualidad, el SIDA, la violencia de género etc. A cada año le toca un tema, mientras van introduciendo primeros planos de actores/actrices emocionados de verdad de la buena con los discursos desde el escenario.

LA HUMANIDAD DEL MONSTRUO Y LA MONSTRUOSIDAD HUMANA

Spoiler: Pasando a la película que nos ocupa, decir que Del Toro ha hecho una película progresista  o si queremos usar un término más o menos de moda, postmodernista. El bueno de Guillermo usa las escenas de los musicales que ven tanto Sally Hawkins como Richard Jenkins (incluso Sally Hawkins tiene un sketch musical en blanco y negro durante el film) como mensaje de amor al cine clásico, a esos números ideados por Busby Berkeley que tanta imaginación y belleza plástica de puesta en escena requerían.

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Pero a su vez Del Toro parece querer remarcar que pertenece a una nueva generación que entiende el cine de otra manera, de forma moderna, y cuenta su historia a partir del punto en que películas como La mujer y el monstruo (Creature from the Black lagoon, Jack Arnold, 1954) lo dejaron. No es casualidad el parecido entre el monstruo de Del Toro y el de Arnold. Si aquel tipo de películas no eran más que remakes no oficiales de King Kong, con la historia de una bestia/monstruo enamorado de una humana, en las que la sexualidad latente del monstruo se limitaba a una relación platónica que terminaba trágicamente bien con el monstruo capturado o muerto, La forma del agua comienza precisamente cuando el monstruo ha sido capturado y transportado a Estados Unidos. Guillermo del Toro rompe ese clasicismo platónico y lo lleva al campo sexual, algo nunca visto hasta ahora en los cuentos de hadas. A fin de cuentas, La forma del agua no es más que un cuento de hadas, cuya transgresión sexual del subgénero es lo que ha llamado seguramente poderosamente la atención en el público. A mí personalmente, no sé si introducir un elemento sexual en historias como La bella y la bestia es necesariamente bueno o malo.

Desde el inicio el film ya da muestras de su contenido sexual, aunque nunca sin salirse excesivamente del tiesto, con los planos de Hawkins masturbándose en la ducha y la homosexualidad de Richard Jenkins que sale a la luz a medida que avanza el film. Los dos personajes son solitarios, ella muda, buscan desesperadamente compañía. Y ambos encuentran en el monstruo una vía de escape. Ella, sexual. Él, como aventura de hacer algo en la vida que le aporte divertimento.

Es sin embargo la historia de amor lo más flojo de la película. El film se resiente de la falta de pausa a la hora de desarrollar la relación entre la mujer y el monstruo, cuyo amor casi a primera vista entre dos especies distintas por el simple hecho de que ella es muda, parece forzado. Los dos personajes adolecen de excesiva profundidad y especialmente el personaje de Jenkins cojea en su subtrama de problemático pintor de anuncios comerciales.

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El film gana enteros precisamente cuanto más deltoro es, con la subtrama de espías rusos y americanos enfrentados durante la Guerra Fría por los conocimientos científicos que el monstruo les puede generar a ambas superpotencias. Los dos actores de Boardwalk empire, Michael Stuhlbarg y Michael Shannon roban completamente el protagonismo a los demás actores con su cara a cara entre dos científicos que llevan un indudable aroma de mad doctors, muy especialmente un brillante Shannon, al que el espectador familiarizado con el cine de Del Toro parece estar esperando que se transforme en un villano con superpoderes.

La forma del agua es una película disfrutable, pero lejos, muy lejos, incluso de ser la mejor película de su director.