No soy seguidor del F.C Barcelona, ni mucho menos. Pero soy nacido en 1985. El año que Dancing in the dark de Bruce Springsteen se convertía en hit mundial, previo paso a ser una de las mejores canciones de la historia; el año en que Arnold Schwarzenegger se reía de sí mismo en Commando, mientras se cargaba él solito a todo un ejército de patéticos esbirros en la isla de Val Verde; el año en que Ronald Reagan acercaba el final de la Guerra Fría con su Guerra de las Galaxias; el año en el que Mikhail Gorbachev ponía la Perestroika en marcha y a la Unión Soviética en proceso de descomposición. Y además, el año en el que Hristo Stoitchkov, un joven futbolista búlgaro de 19 años, fichaba por el CSKA de Sofía.
EL GUERRERO BÚLGARO: El 10 de noviembre de 1989, la República Popular de Bulgaria comenzó a venirse abajo. Todor Zhivkov dimitió como Presidente de la nación y un mes más tarde el sistema comunista que había dirigido el país con mano de hierro las últimas décadas desapareció como preámbulo a lo que sucedería pocos meses más tarde con la URSS. El CSKA de Sofía dominaba el fútbol búlgaro con una generación que lideraría años más tarde el mayor éxito de la historia del país en Estados Unidos.
Hristo Stoitchkov era el mejor de aquel equipo. El último guerrero del equipo del ejército popular. El más glorioso general en el campo de batalla deportivo. Había nacido en Plovdiv el 8 de febrero de 1966. En el equipo de la capital, ganó tres ligas y cuatro copas búlgaras, al lado de Ivanov, Kostadinov, Penev y algunos otros rockeros más con ganas de marcha. Tras llevarse la Bota de Oro a máximo goleador de Europa en 1990, después de anotar 38 goles en 30 partidos, estaba claro que la liga búlgara se le estaba quedando pequeña.
EL EQUIPO DE LOS SUEÑOS: En Barcelona se vivían épocas de vacas flacas. Al motín del Hesperia, se le unía un equipo que anhelaba sentirse identificado con un estilo de juego y que necesitaba abrir un ciclo ganador, que contrarrestase los éxitos que su eterno rival había logrado con la quinta del Buitre. Johan Cruyff había llegado en 1988, para intentar revolucionar el panorama. Tras dos años en los que comenzó a cuidar el jardín y a plantar las semillas (sobre todo vascas y canteranas), el Barcelona dio con la tecla necesaria y comenzó una etapa de triunfos deportivos y, sobre todo, estilísticos. Había nacido el Dream Team, un equipo de ensueño que se convertiría en la peor de las pesadillas para el resto.
JOHAN Y HRISTO: En 1990, Hristo Stoitchkov firmaba por el Barcelona de Cruyff. Su llegada se unía a las de Koeman y Laudrup, que habían arrivado un año antes a la Ciudad Condal. Bajo la batuta del añorado genio holandés y junto a los Zubizarreta, Ferrer, Nadal, Bakero, Eusebio, Amor, Guardiola, Goikoetxea y Beguiristain cambiarían la historia del fútbol para siempre. Lo que se llama una convergencia perfecta.
Muy pronto mostraría el búlgaro cuáles eran sus señas de identidad. Una velocidad de órdago, imparable cuando se le filtraban balones a la espalda de la defensa; una zurda demoledora; una capacidad goleadora que asustaba; una identificación con los valores de la institución y de la tierra superior al que tenía cualquier nativo; y, sobre todo, un carácter explosivo. Un carácter que le hacía pisar a los árbitros, cagarse en todos los santos del mundo, en las madres de todos los que se atrevían a levantar un banderín en la banda señalando un fuera de juego o una falta en contra del búlgaro. Pero un carácter que hacía de él un líder, un ganador. Cuando la cosa se torcía, ahí estaba él. Uno no podía relajarse, daba igual si se era rival o compañero. Si no, ahí llegaba Hristo. Y cuidado…
Pocos meses después de su llegada, en un partido ante el Madrid “de sus amores”, Hristo recibió una dura entrada de Chendo. Johan Cruyff fue expulsado por el árbitro de aquel encuentro, Urizar Azpitarte. El público estaba encendido y eso contagió como siempre a Hristo. Tras protestar al árbitro, éste le enseñó la roja. Respuesta: pisotón, algo difícil de ver en un campo. Pero Hristo era único. Difícil de ver otro igual. Indomable. Ganador. Aunque eso le costara una colección de expulsiones. Esa fue su cruz.
La cara de ese carácter la mostró, para mi desgracia, en Bilbao. El 28 de febrero de 1991, Johan Cruyff fue operado de urgencia para “reducir la oclusión total existente en la arteria coronaria descendente anterior”. La lesión mantendría al míster fuera de juego por lo menos dos meses. Hristo fue a visitarle al hospital los días previos al importante partido que el Barcelona debía jugar en Bilbao, un campo siempre difícil. El equipo blaugrana encarrilaba el sprint final de una liga que podía suponer el primer título liguero en muchos años. Cruyff estaba preocupado porque su ausencia pudiera afectar al equipo. Hristo le dijo en aquella habitación de hospital: “No te preocupes, míster. Yo soluciono el partido. Voy a meter al menos dos goles y ganamos”. Hristo Stoitchkov marcó 4 goles aquella infame tarde rojiblanca y el Barcelona ganó 0-6 ante un Javier Clemente que comenzaba a ser cuestionado en San Mamés.El Barcelona ganaría la Liga en aquella primera temporada de Hristo. El comunismo se venía abajo en el mundo, pero la Revolución comenzaba a florecer en Can Barça, una revolución que dura hasta el dia de hoy, con años mejores o peores.
LONDRES Y ATENAS: ÉXTASIS Y FINAL. El éxtasis de aquella revolución futbolística, de aquella ruptura del status quo en el que todos los futbolistas jugaban por todos lados, llegó en Wembley en 1992. Alexanko levantaba un título que el fútbol había negado al Barcelona hasta ese instante. Ronald Koeman tuvo el privilegio de convertirse en el héroe de aquella final ante la Sampdoria de Pagliuca, Mancini y Vialli. La historia dicta que no se sabe qué hubiera sucedido sin el gol de Bakero en Kaiserslautern. Esa misma historia que sólo busca héroes en momentos límites. La historia ha dejado fuera en la consecución de aquella Copa de Europa el nombre de Hristo Stoitchkov. Luego, caminando por Londres después del partido, Hristo se daría cuenta de un dato: “Soy el primer búlgaro en ser campeón de Europa”. La historia sí estaba con él. Al igual que con Eusebio Sacristán, que le respondió “ y yo soy el primero de La Seca en lograrlo”.
Con Hristo, el Barcelona de Cruyff lograría cuatro ligas seguidas, tres de ellas agónicas, con los recordados partidos perdidos por el Real Madrid en Tenerife y el penalti fallado por Djukic en el último minuto de la temporada 93-94, “cuando ya no había tiempo ni para respirar”, como bien dijo Arsenio Iglesias.
Pero como todo ciclo de la vida, todo tiene un final y el Dream Team comenzó a escribir el suyo en otra final de la Copa de Europa. En Atenas, en mayo de 1994, el Milan de Capello arrolló a un irreconocible equipo blaugrana por 4-0. Andoni Zubizarreta pondría rumbo a Valencia, Michael Laudrup al eterno rival y Romario perdería la motivación que había encontrado en prepararse para ser campeón del mundo una vez logrado su objetivo. Hristo, con ese carácter pasional, no pudo abstraerse de todo ello, y decidió dejar Can Barça al año siguiente para enrolarse en un Parma que venía de ser campeón de la UEFA con Nevio Scala al timón del equipo más glorioso jamás visto en el Ennio Tardini, donde el búlgaro tendría la posibilidad de compartir vestuario con estrellas del calibre de Couto, Zola, Dino Baggio, Brolin y unos jovencísimos Pippo Inzaghi y Fabio Cannavaro.
VUELTA A CASA. Tan sólo una temporada permaneció en Italia el bueno de Hristo. Tras la marcha de Cruyff, el Barcelona de Robson le llamó a filas y el de Plovdiv no supo decir que no. Se trajo de la mano a Fernando Couto, para formar una de las mejores plantillas que se recuerdan, si repasamos nombre a nombre. Junto al fenómeno Ronaldo, Hristo tuvo tiempo de ganar la Recopa, la Copa y la Supercopa.
Al año siguiente, la llegada de Van Gaal y su mala relación con el técnico holandés, provocó la marcha definitiva de Hristo, que comenzó una travesía que le llevó a Bulgaria, Arabia Saudí, Japón y Estados Unidos.
ANARCHY IN THE US: El 17 de noviembre de 1993 el río Sena se desbordó por las lágrimas de los aficionados franceses que asistieron en vivo a la inesperada y dramática gesta que Bulgaria llevó a cabo en París. Un pepinazo de Emil Kostadinov en el último suspiro mandaba a los búlgaros al Mundial de USA´94 y dejaba a los galos, liderados por Cantona, Ginola, Deschamps, Blanc y Desailly tirados en la cuneta.
Era el primer capítulo de un glorioso libro de oro que estaba aún por escribirse. Aquella manada de lobos búlgaros llegaron de las montañas eslavas a la tierra prometida para hacer el campeonato de sus vidas. En América, tierra del capitalismo, la selección entrenada por Dimitar Penev, con jugadores que habían sido educados en el comunismo, fue una de las sensaciones del torneo. Tras perder estrepitosamente contra Nigeria en el primer partido, Bulgaria comenzó a hacer historia al vencer 4-0 a Grecia. La primera victoria mundialista de Bulgaria tras 16 encuentros disputados. Después caería la Argentina de Maradona por 2-0. En ambos partidos mojó Hristo, por partida doble ante los griegos.
En octavos, esperaba México. Stoitchkov, anotó uno de los mejores goles del campeonato. Pase al hueco, carrera de velocista y zapatazo con la zurda que bate a Jorge Campos. La suerte de los penalties llevaría a Bulgaria a los cuartos, donde le esperaban los alemanes, un equipo prácticamente perfecto, y vigente campeón del mundo. Tras el gol de Matthäus, pocos confiaban en una sorpresa búlgara, pero eso es precisamente lo que ocurrió. Stoitchkov empató con un golazo de falta, y Letchkov con un soberbio cabezazo mandó para casa al campeón. Alemania se quedaba fuera de las semifinales por primera vez desde 1978. Los búlgaros ya no pudieron en semifinales contra la Italia de Sacchi y Baggio. Muchos les acusaron de anárquicos, de estar fumando y bebiendo en el hotel sin ningún tipo de profesionalidad. La realidad es que aquella selección búlgara fue de las pocas que produjo una transfusión de sangre a un campeonato de equipos anémicos. Hristo y su banda jugaban como vivían, y celebraban como jugaban. Y eso es lo que los hizo grandes en USA´94.
LA LEYENDA DEL INDOMABLE: Tras ganar el Balón de Oro en 1994, Hristo jugaría después la Eurocopa del 96 y el Mundial de Francia, ya sin tanta fortuna. Pero la historia ya había sido hecha.
Más tarde, Hristo probaría como entrenador sin demasiado éxito. Pero, de nuevo, no importa. La leyenda ya la había escrito. La de un indomable ganador, que lo protestaba todo, que lo corría todo, que nunca se dejaba nada en la caseta, mucho menos la lengua. Salía al campo sin importar si el que estaba como rival esa tarde era un equipo pequeño o un equipo de Copa de Europa. Hristo era racial y pasional, cuanta más pasión levantaba un partido más se calentaba Hristo. Cuanto menos enchufada estaba la grada, más pasiones levantaba Stoitchkov. No entendía otra manera de jugar. Siempre al máximo. Celebrando cada gol con rabia, como si fuese cada uno de ellos el más importante.Y eso le convirtió en un indomable cuya leyenda será eterna. A diferencia de otros cracks, hay un hecho que hace a Hristo diferente: su simbiosis con la institución y los valores que representa( quién no recuerda su salida tras ganar la Copa de Europa con la bandera de Catalunya en Wembley). Su consciencia de que su rol es uno más en el equipo. Hristo era un medio, no el fin, como parecen entender el fútbol tantas y tantas estrellas. El fin de Stoitchkov era el triunfo del colectivo.
Y por eso, te lo digo usando tu propio lenguaje, el que usabas cuando te dirigías a los jueces de línea: eres el puto amo, cabrón.
Hristo Stoichkov es mejor futbolisto de Bulgaria para siempre!Todo en este texto es verdad!
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Lo de la juve en semis te lo has inventado 😂😂 pero genial artículo
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Lapsus. El partido al que me refería era de la Recopa el año anterior. Gracias por el detalle. Ya está corregido.
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