La primera vez que oí hablar de Mourinho fue en la previa de un Athletic-Barcelona disputado en San Mamés, que los aficionados rojiblancos recordarán bien, perteneciente a la temporada 1996-97. Era noviembre de 1996, si no recuerdo mal. Mourinho actuaba de google translator, perdón, ayudante de Bobby Robson en la escuadra culé. Algo dijo en los días anteriores al partido que desató la ira de nuestro entrenador, Luis Fernández, que dijo que «¿quién es ese? No le conozco».  Básicamente, lo que años después el propio Pepito luso dijo refiriéndose a Tito Vilanova, a quien aseguró  «non conheser». En aquel maravilloso partido en el que el Athletic derrotó a un potente e invicto Barcelona, jugado bajo la lluvia al viejo estilo bilbaíno, Luisfer se las tuvo tiesas con el banquillo blaugrana y con Josito, particularmente. Ahí conocí al señor Moucha tontería.

Escribía Alex Ferguson en su autobiografía, que un año y medio después de hacerse con el mando del Manchester United, esto es, en el año 1988, la junta directiva del equipo mancunian lo quería despedir. Pero Bobby Charlton, entonces coideólogo del proyecto deportivo que el legendario entrenador escocés se traía entre manos, lo defendió a capa y espada diciendo que «estamos creando un club, no un equipo de fútbol».  Traducido: el proyecto era a largo plazo, se estaban plantando unas semillas que sin la paciencia y el tiempo necesario, no florecerían. A lo mejor, era necesario pasar unos años tratando de competir sin ganar, pero estableciendo unos parámetros que a la larga, harían al equipo reconocible en su identidad y por tanto, imparable en sus éxitos. Conocemos la historia posterior.

Mucho han cambiado los tiempos desde aquellos años 80 hasta el día de hoy. El Manchester United se convirtió en empresa cotizando en bolsa, Ferguson da conferencias sobre gestión y liderazgo mientras es adorado como un Dios en vida y el Manchester United ha perdido el rumbo. Ha creado un equipo de fútbol y se ha olvidado del club que solía ser. Porque más allá de ser una máquina económica, el United poseía una mística como ningún otro club en el mundo. Por su identidad, por su fútbol. Que iban, inexcusablemente, de la mano.

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Por esto, no sorprende que el entrenador elegido para afrontar la temporada 2016/17 fuera Jose Mourinho. Era el siguiente paso lógico en la cadena de ansiedad cortoplacista en la que se ha instalado la cúpula del Manchester United, que no ha podido frenar la sangría de chapuzas y de desencanto en el que la marcha de Ferguson para engrosar las filas del Imserso, ha hundido a los que hemos querido (y queremos) a esta institución. Sabíamos que la marcha del comandante rojo del fútbol iba a doler e iba a provocar añoranza. Pero de ahí, a perder la identidad, de ahí a la deriva institucional en la que nos hemos sumergido dista un mundo. Ni los más pesimistas (yo me incluyo) podíamos anticipar algo así.

El experimento Moyes, salió mal. Rematadamente mal. Demostró no estar a la altura del desafío. Tampoco es que haya mostrado excesivas señales de caballerosidad. El que iba a ser reemplazo por largo tiempo de su paisano Ferguson, se pasea por las salas de prensa diciendo que le gustaría la revancha, una segunda oportunidad, mientras desciende a equipos asentados durante algún lustro en la Premier. La verdad, es que parece que vive alejado de la realidad.

Louis Van Gaal fue el siguiente. También sabíamos que espectáculo y fútbol veloz no íbamos a ver, precisamente. El fútbol de Van Gaal, con sus famosos triángulos, se parece más a la estrategia para ganar una guerra que un atractivo emocional para el espectador.

Pero, tras el holandés, que se llevó una Copa bajo el brazo como legado, llegó su mano derecha en el Barcelona a finales de los 90. José Mourinho vino para ganar, como siempre. Y ojo, que ha ganado tres títulos en su primer año. Entonces, ¿por qué estoy escribiendo este artículo tan ácido si en el fútbol lo que cuenta es ganar?

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Pues porque se puede ganar y se puede ganar. Y se puede perder, y se puede perder. Pero ganar competiciones en mayo que ocho meses atrás no querías jugar (así justificó Mourinho la derrota en el primer partido de Europa League contra el Feyenoord), no es motivo de alegría. ¿O sí, Joselito? Igual sí, si vamos fatal en la Liga, a pesar de gastarte 200 millones de libras en fichajes. Entonces, lo que no quieres jugar ya son los últimos partidos de la Premier League, que te sobran.

Porque Mourinho es un personaje caricaturesco, de brocha gorda, que no hace la más mínima gracia.

Porque es un personaje perturbador, en la acepción más literal de la palabra. Perturba la paz en los sitios a los que va, fractura socialmente las instituciones que representa, desquicia mientras se desquicia; jamás tiene la culpa de las derrotas y, sin embargo, se arroga todas las victorias. En su libro, Los 11 poderes del líder (que recomiendo leer fervientemente), Jorge Valdano (qué grande que es Valdano), en una clara alusión sin dar nombres al entrenador de Setúbal escribe: «De modo que cuando perdemos de vista los valores, no sólo se pone en peligro el juego, sino que también se prostituye el debate(…) He sido testigo, en muchas ocasiones, de cómo esa desperación (ganar a cualquier precio) trastorna a gente en apariencia inteligente hasta límites inconcebibles». Es el Doctor Pragmático hasta que un marcador adverso le convierte en Mister Excusas Baratas. Lamenta jugar competiciones que posteriormente celebra porque lavan la cara a una temporada funesta.

Porque el cortoplacismo es su esencia. Por tanto, poco recorrido puede tener en el United. O poco futuro puede tener el United. Basta con que Mourinho pase 4 años en una entidad, para que acabe siendo aborrecido por quien le adoraba.

Porque es The special one. Y no queremos Dioses, ni seres extraterrestres. Queremos precisamente que se dote de una identidad humana a un grupo de jugadores que representan a una institución con valores.

Porque aburre con su juego, con su verborrea (aunque este año no ha dicho una palabra más alta que otra; seguramente por contrato). Porque los matones de los que se rodea son personajes execrables. Empezando por Rui Faria. Pero ojo, que el cicatero Fellaini se haya convertido en su Arbeloa en Manchester, dice mucho de hacia adonde vamos.

Porque el rojo es símbolo de pasión, de amor, de revolución… Y no casa con el color. Hasta ahora casaba muy bien con los colores que representaba: el azul y blanco del Oporto (del Ejército Blanco y el azul asociado a los partidos conservadores), el blanco del Madrid, de nuevo el azul del Chelsea y el neroazzurro de nuevo, del Inter. Sólo en el Benfica estuvo de rojo, y aguantó nueve partidos.

Porque cuando muera, que a nadie le sorprenda que en su lápida aparezca escrito: «Aquí yacen 25 títulos (hasta ahora) ganadores de un José Mourinho». El bueno de Joselete morirá consumido por la gloria como Gollum se consumió por un anillo. Y cambiará de discursos en función de los intereses (como Podemos): que hoy quiero la Premier, pues jodida Europa League; que mañana la Premier me deja en 6ª posición, soy el puto amo por ganar la UEFA.

En fin, no quería ensañarme mucho con Joe el Portugués. Y, humildemente, no lo he hecho. Lo escrito sólo refleja un 10 %  del desprecio que siento por sus ideas, sus métodos y sus circos desde el día que le conocí en aquel otoño de 1996.

Por todo esto, a pesar de ganar (pues no gana nada, puesto que sólo gana títulos), desde aquí lanzo mi misiva: ¡Mourinho vete ya!