Ernesto Valverde no será el entrenador del primer equipo del Athletic para el curso 2017/18. Ha costado un siglo hacerlo público. Las razones para tanto secretismo no están claras y la decisión de hacerlo saber el día 23 de mayo se antoja como una gestión de los tiempos verdaderamente desacertada.
Si la situación no se ha resuelto antes porque Valverde quería ver si era capaz de motivar a una plantilla a la que lleva dirigiendo desde hace 4 años, mal. Ha tenido la respuesta hace tiempo. Casi todos los futbolistas han realzado públicamente al entrenador gasteiztarra, con Mikel San José como punta de lanza declarando que «que con éste cuerpo técnico he vivido el mejor día a día de mi carrera».
Si la espera se debía por una cuestión dicotómica de esperar a ver si entrábamos en Europa o no, fatal. Porque las sensaciones y la temporada no las marca un partido, aunque te la puedas jugar. Puede salir mal, y se pueden tomar decisiones en caliente perjudiciales para todos. Si éste era el caso para estar en silencio no ha podido salir peor. Derrota y sin Europa (de momento). Parecido al partido contra el Valencia previo a viajar a Nicosia. Todas las decisiones salieron rematadamente mal. Aunque de aquello jamás le echaría la culpa. Nunca me meto en cuestiones de entrenador. Salió mal, como pudo salir bien. Y como dice mi buen Marcelo Bielsa, el argumento que sirve para condenar en la derrota es el que luego se usa para amplificar en la victoria. No entro en esos juegos.
Si era porque lo ha impuesto el Barcelona, peor. Porque perdemos nuestra soberanía y nuestro respeto al estar a expensas de decisiones ajenas y personalistas. Somos un club de socios. Y el socio paga. El aficionado también y tanto secretismo como si los despachos de Ibaigane estuvieran situados en la avenida Pennsylvania 1600 en lugar de en Mazarredo resulta cuanto menos ridículo.
Por si éstas tres posibilidades no fueran suficientemente malas, lo peor es que ninguna más que la tercera de ellas es la posible. A pocos sorprende la marcha de Valverde, lo que significa que su decisión estaba tomada desde hacía tiempo. Constantes han sido las filtraciones a la prensa en este sentido. La última, bajo mi punto de vista, una de las más dolorosas. Mientras nos jugábamos el estar en Europa, Valverde había dado el sí al Barcelona y ya trabajaba para la entidad blaugrana, mientras buscaba casa en Sarriá y colegio para sus hijas.
Esta temporada se ha respirado el tufillo inequívoco desde el inicio de que sería la última temporada del Txingurri. La caída en Europa a manos del Hapoel Nicosia marcó una desilusión que hizo pupa al aficionado, que sintió que algo se perdía en Chipre.
Pero lo cierto es que haber esperado tanto para hacerlo público me ha parecido una gestión de los tiempos muy mala por cuanto innecesaria. Y la marcha de Valverde debería haber sido un poco diferente. Txingurri se ha ganado todos los aplausos habidos y por haber con su labor. Todo este teatrillo de pantomima no hacía falta.
Siendo esto así, la marcha de nuestro entrenador que tan buenos momentos nos ha dejado, no se puede si no sentir como el final de un ciclo. Particularmente, me hubiera gustado que Valverde se hubiese quedado, y lo hubiese hecho por muchos años, porque será difícil encontrar un entrenador mejor. Pero espero también que la generación que ganó hace unos años la Copa del Rey juvenil y que ascendió al Bilbao Athletic a segunda después de tantos años, tome el relevo y nos de tantas alegrías como las que esta afición merece.
AUPA ATHLETIC!!!