EL REY DE LA LLANURA
Hace un par de años, David Mackenzie me sorprendió gratamente con un film de producción británica titulado Perfect sense, una extraña película de ciencia ficción sin ribetes fantásticos, en la que la el mundo sufría una rara epidemia que provocaba que los seres humanos perdiesen sus facultades sensoriales. He de reconocer que llegué a aquella película porque me gusta mucho su actor protagonista, el escocés Ewan McGregor, y veo casi todo lo que hace este actor.
Reconozco también que no apunté el nombre de su director. Pero cosas del destino, a día de hoy estoy seguro que no lo olvidaré después de haber disfrutado con Comanchería, su nuevo trabajo como director, que supone además su primera incursión en el cine americano.
No deja de resultar impresionante la manera en que un director escocés logra atrapar el modus vivendi texano con tanta garra y con tanto pundonor. Mackenzie hace un uso magistral del espacio como elemento primordial del lenguaje cinematográfico. Aprovecha a conciencia los desolados y áridos parajes desérticos del sur de Estados Unidos (con esas rayas horizontales del paisaje, que simboliza lo muerto del espacio) para ambientar la historia del fracaso vital de los personajes: los dos hermanos protagonistas, uno separado de su mujer y que apenas puede pasar tiempo con sus hijos (Chris Pine) y el otro un delincuente al que le gusta delinquir (Ben Foster), carácter provocado por viejos conflictos familiares, en el que existe una historia de violencia con su padre.

Juntos deciden asaltar una serie de bancos al sur de Texas para hacer frente a las deudas contraídas por la familia para no perder su casa y su tierra, en la que se ha encontrado petróleo.
Pero no es sólo la historia del fracaso de los dos protagonistas. El espacio en el que transcurre la historia, marca una idiosincrasia común a todos los personajes del film. El ranger Hamilton (Jeff Bridges), a punto de jubilarse, alcohólico, ácido, siempre haciendo chistes racistas a su compañero Alberto (Gil Birmingham) mitad mexicano mitad nativo americano, que acepta el caso de los dos hermanos ladrones porque no tiene otra cosa mejor que hacer en su vida que trabajar; el propio Alberto, que tras soportar durante años ese carácter déspota de su compañero, morirá violentamente de un balazo en la cabeza; esa camarera vieja que atiende a los dos rangers en la cantina donde lleva trabajando 40 años, a los que no da opción a elegir entre la comida. Momento éste último que funciona como contrapunto cómico al dramatismo del film, pero que oculta una amargura social remarcable, a tono con el resto de la película.
La cinta funciona en todos sus puntos. La fotografía terrosa de Giles Nuttgens a tono con la sequedad de la historia. Los actores maravillosos todos ellos. Chris Pine, más comedido de lo habitual en él y que demuestra que es un actor con talento para llevar a cabo diversos registros con solvencia. Jeff Bridges, como siempre, extraordinario, así que no debería sorprendernos a estas alturas si lo consideramos como uno de los mejores actores que tenemos en el mundo. Pero sobre todo, el que sobresale aquí es Ben Foster, con esa presencia carismática, disfrutando cada detalle de un personaje que disfruta haciendo lo que hace. Simplemente, maravilloso. (Apunte: he visto esta película en su versión original, por lo tanto desconozco lo que el doblaje ha podido quitar cualitativamente a la recitación de los actores).
Comanchería es una película a contracorriente. En consonancia con lo que dice uno de los habitantes de esos pueblos de mala muerte texanos que se nos muestra durante el metraje («es difícil vivir hoy en día de asaltar bancos»), es difícil encontrar films a día de hoy donde la historia nos es contada a través de personajes tan complejos, densos y ricos en sus matices. Donde los asaltantes de bancos tienen su escala moral con la que el espectador conecta, y donde los asaltados (los bancos) son asimilados por esos habitantes ya citados, como ladrones del capital ganado por los ciudadanos con el sudor de su esfuerzo: «han robado a un banco que me lleva robando toda la vida», dice uno de esos personajes. No hay espacio para sentimentalismos. Al final el ladrón con mala reputación (Foster) se sacrifica para que el virginal delincuente interpretado por Pine lleve adelante sus planes, a pesar de que un ya retirado ranger Hamilton, seguirá siendo una molestia en su camino. Ni siquiera el convertirse en un rico hombre del petróleo, acaba con esa sensación de desolación que arrastra el personaje de Pine. Comanchería es una vuelta de tuerca amarga de Bonnie & Clyde; se le extrae todo su edulcorante.
El film es un fuerte relato sobre los lazos de familia. Sobre padres fracasados y hermanos que harán lo que nunca pensaron que harían para que sus hijos no tengan que vivir lo que ellos vivieron. Es la historia de unos perdedores que son conscientes de ello («nunca conocí a nadie que no fuese detenido» dice Ben Foster, cuando su hermano le cuestiona que piense que van a ser atrapados).
Comanchería sobresale como uno de los platos fuertes de este año.