15 de septiembre de 2018. Día marcado en el calendario. Ese día, a 10 minutos a pie de mi casa en Trundleys Road (Londres) se juega el Millwall-Leeds United. Concretamente, en el Estadio The Den, a escasos metros de la estación de South Bermondsey. Dos equipos que cuentan entre sus aficionados con dos de las facciones de hooligans más problemáticas de Inglaterra.

El partido estaba marcado en mi calendario porque suponía la posibilidad de reencontrarnos y saludar a Marcelo Bielsa de nuevo en persona. Y sobre todo, porque suponía volver a disfrutar en vivo del fútbol practicado por un equipo dirigido por el mal llamado Loco.

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Tras hablar los días anteriores por teléfono con el entrenador rosarino, acordamos que esperaríamos al autobús del Leeds en la puerta por la que entran los protagonistas del espectáculo y saludarnos allí.

No fue ninguna sorpresa encontrarnos con la desagradable hinchada del Millwall. Llevaba cinco años habitando en el barrio donde se encuentra el Estadio de The Den y había ya experimentado varios problemas con los hooligans en años pasados, especialmente memorable uno en el que atascaron la carretera de las inmediaciones y habiendo cogido el autobús tardé más de una hora en llegar a casa en un tramo de apenas dos kilómetros. Menos sorpresa aún me produjo el ambiente hostil en un partido de tanta rivalidad entre dos hinchadas que se la tienen jurada.

El partido estaba programado a las 15.00 horas. El autobús del Leeds United arriva a las 13.30 aproximadamente. Estando en primera fila, apenas se abre la puerta, divisamos a Marcelo Bielsa que ya desde dentro nos saluda con esa sonrisa cariñosa siempre tan amable. Apenas baja, se funde en un emotivo abrazo con mi compañera Emanuela y luego conmigo. Hace un año y algunos meses estuvimos visitándolo en Lille y fue un gusto reencontrarnos. Apenas nos damos cuenta, empero, de que estamos en territorio hostil. Pasada la emoción de los segundos iniciales, somos conscientes de que estamos rodeados por los aficionados locales que lanzan feroces gritos contra el entrenador de Rosario: algunos imbéciles en su inglés de barrio bajo; otros que luchan con todas sus fuerzas por ser todavía más tontos, lo prueban en un español aprendido en clases de gilipollez en las alcantarillas de Londres. Marcelo nos sonríe diciendo: «Muchas gracias por venir. Esto no da para mucho más». Consciente de que si seguimos allí, nos pueden limpiar el forro, nos despedimos deseándole buena suerte a él y al equipo para el partido.

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Nos alejamos un poco del Estadio y de los gilipollas de clase trabajadora de extrema derecha que forman el núcleo duro de la hinchada del Millwall para ir a comer algo antes del duelo. Esperamos que no haya incidentes, especialmente porque voy acompañado de mi amada Emanuela, a quien el fútbol le importa un pepino y ha venido sólo por acompañarme.

Pero no era el día para jugar a la lotería, porque apenas entramos en el Estadio, nos encontramos conque nuestros asientos están en la curva que separa a ambas aficiones. Muy pronto, empiezan a increparse unos a otros. Nos encontramos en medio de violentos hooligans, que con su ultradesarrollado cerebro y sus famosas buenas maneras británicas empiezan a cantarse mutuamente temazos del estilo: «You´re a fucking shiiiiiit, you´re a fucking shiiiiiiit, so it said your mum, so it said your mum, she said it to your daaaaaad» ( sois una puta mierda, sois una puta mierda; eso dijo vuestra madre, se lo dijo a vuestro padre); o mucho más educadamente y como poseen un máster en lenguaje de signos, cada 3.85 segundos se comunican entre ellos realizando el bello gesto de la masturbación masculina (nótese aquí que algunas mujeres y niños de la hinchada del Millwall también participan del grotesco acto).

El partido está en su media hora, cuando yo decido que me quiero ir a mi casa. Apenas he visto nada del partido porque he vivido esa media hora con una tensión insoportable. Los hooligans apenas miran hacia el verde y yo y mi Emanuela tampoco, estamos más pendientes de que siendo extranjeros y queriendo secretamente que el Leeds gane, no nos linchen allí mismo. Nos encaminamos hacia fuera, pero Emanuela me detiene y me dice que ya habiendo pagado las entradas, vayamos a hablar con alguien de seguridad para que nos permita sentarnos en algún otro sitio del campo.

Afortunadamente, eso hacemos y la segunda parte ya es otra cosa. Da gusto sentarse entre racistas y derechistas de clase baja pero que están sentados y al menos, se dedican a ver el partido, y apenas lanzan un par de gritos contra el árbitro. Más o menos, gente normal. Me doy cuenta de cuán poca paciencia tengo ya para personas como las que nos hemos encontrado en la primera parte, y de que verdaderamente deberían estar erradicadas no sólo ya del fútbol, si no de la sociedad.

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Imagen de la curva donde nos tocó vivir la primera media hora del partido

Al fin puedo mirar al verde y disfrutar de fútbol inglés, que es para lo que he venido. Me llama la atención el centrocampista madrileño del  Leeds Samu Sáiz. Muy pronto le digo a Emanuela: «Ese Samu es un pelotero que flipas». 

Como es un día de locos, y no porque hayamos ido a ver al Loco, la cosa no podía acabar ahí. A poco de acabar el partido, que el Leeds iguala a un gol en el último minuto para nuestro placer, la persona que me presentó a Marcelo Bielsa en su día, el buen Pedro Urigoitia, está en el Estadio junto a otro amigo argentino suyo y de Marcelo, Javier, y me escribe. Han venido a encontrarse con Bielsa en Leeds, pero han decidido pasar en Londres el fin de semana y venir a ver el partido. Quedamos para vernos y conocernos en persona después de un año de contacto por Whatsapp. Un auténtico gusto encontrarnos con gente buena y civilizada en medio de aquella jungla de gorilas ingleses. Y sobre todo, muy feliz e ilusionado de conocer finalmente a alguien a quien había aprendido a apreciar desde la distancia.

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Quien esto escribe a la izquierda, junto al jugador Samu Sáiz y Pedro y Javier.

De nuevo reunidos en la puerta de acceso para jugadores y entrenadores, Samu Sáiz está allí hablando con unos amigos venidos de España para ver el partido, y comenzamos a charlar con ellos. Nos sacamos una foto con el buen Samu, citándole para que el año próximo nos veamos en la Premier League. Pedro nos dice que esto es lo que echa de menos en el nuevo San Mamés, que se ha perdido la tradición del post partido de poder estar con los jugadores. Muy pronto, aparece Marcelo Bielsa, siempre pensativo, y no repara en nosotros. Javier le detiene diciéndole: «No nos conocemos, ¿eh? No nos conocemos». Marcelo levanta la vista, lo ve. La mueca se le tuerce en un gesto de sorpresa absoluta. Gira la cabeza, y nos ve a Emanuela, a mí y a Pedro. La mandíbula se le cae mientras asocia todas nuestras caras y el hecho de estar todos juntos. A fin de cuentas, todos somos gente que estamos fuera de casa y nos hemos encontrado en un lugar de Londres. Se envuelve en un abrazo efusivo con todos y cada uno de nosotros. «¡Qué gran sorpresa! Gracias a todos.» La tensión del partido y de la sala de prensa se le nota en la cara, y tras resoplar, nos dice: «Me tengo que ir». 

Pedro y Javier se quedan unos minutos más con nosotros, y nos citamos para que la próxima vez que nos veamos sea en casa, en Bilbao. Tras despedirnos de ellos y de Samu y sus amigos de Madrid, volvemos caminando a Trundleys Road, mientras Emanuela y yo reímos a carcajadas. Todo ha pasado en unas tres horas: los hooligans, Bielsa, Pedro y Javier, los colegas madrileños de Samu… Ah! Y el partido. 1-1 y el Leeds de Bielsa aún en puestos de ascenso a la Premier… un día de Locos.