Viviendo en Londres desde hace casi cinco años, lo tengo más difícil pulsar el estado sociológico que se vive en Bizkaia y alrededores. Nunca he perdido el día a día de lo que pasa en nuestra querida tierra y mucho menos, nunca he dejado de seguir a nuestro Athletic. Cuando estuve en Lille hace unos meses visitando al amigo Marcelo Bielsa, éste me preguntó qué hacía los domingos en Londres, cuál era mi plan y el de mi compañera los fines de semana. Sin dudarlo, le respondí: «Miramos cuándo juega el Athletic, y en función de eso, se hacen los restantes planes». Marcelo pareció quedar satisfecho con la respuesta. Aún así, como decía, es complicado respirar desde la distancia el ambiente del día a día. Pero cuando vuelvo a casa de vacaciones, tengo la posibilidad de pulsar ese estado. En mi última visita me encontré con un amigo, forofo del Athletic y abonado de toda la vida, que me recordó un viaje que hizo con el equipo a Barcelona. «El día de la chilena de Aduriz… Yo flipaba en el Camp Nou. Todos en silencio, comiendo kebaps en el Estadio. Y en San Mamés está pasando cada vez más, Endi. La gente va y está callada. Parece un puto teatro», se lamentaba. He ido dos veces al nuevo San Mamés: el inolvidable partido de vuelta contra el Nápoles y el 4-0 que nos clasificaba para la UEFA contra el Villarreal, el último partido de Iraola. En el primero, muy bien, el segundo, me invadió la modorra general, aunque nos jugábamos entrar en Europa. Efectivamente, parecía que estábamos en un Teatro viendo una obra en vez de un partido de fútbol que requiere la pasión del aficionado. El Athletic ha vivido siempre de su afición. La caldera que era San Mamés ha dado puntos y ha dado, sobre todo, títulos, muchos…
No lo tiene fácil el Cuco Ziganda. En artículos a nivel nacional ya la están buscando sustituto. Probablemente, esto sea más un deseo de una parte importante de la afición rojiblanca que una realidad que esté ocurriendo actualmente. No creo que la Directiva encabezada por Josu Urrutia esté planteándose a día de hoy prescindir de una decisión que tomaron hace muchos meses, con el consentimiento además de los pesos pesados del vestuario.
Sin embargo, el problema sigue siendo el mismo que se vivió durante la última etapa de Valverde. El Txingurri es un hombre tan tranquilo y un entrenador tan grande, que el Athletic hacía parecer a ojos de muchos como un equipo indolente en muchos momentos. Quizá exigíamos más de lo que podíamos dar. O quizás no.
Pero la realidad era que clasificar al Athletic cada año para jugar en Europa no bastaba; a pesar de que un año perdíamos a cracks como Ander Herrera y al siguiente planeaba la sombra de la marcha de muchos otros, como Aymeric. Ganar una Supercopa no bastaba. Ser el primer entrenador en ganar un título en 31 años ya no era aval suficiente. Y cuando Txingurri hizo las maletas, lo hizo en silencio. Y además, de la única manera en la que yo le critico: a expensas de los tiempos marcados desde Barcelona. A nadie le importó. O a pocos. Había la sensación de que había que cambiar la mentalidad. Había que cambiar algo. El propio Valverde también lo sabía. Personalmente, nunca entendí qué es lo que había que cambiar. Sin fichajes, sin posibilidad de abrir mercados, luchando y sufriendo para que los mejores se queden… ¿Qué había que cambiar? Lo pensé desde el inicio: «Echaremos de menos a Valverde. Y lo echaremos tanto de menos que vamos a joder al que venga. Porque lo tiene muy difícil». Ocurrió en su primera etapa. Lo hizo tan bien, que nos cargamos a Mendilibar en la jornada 6. Entonces, como ahora, no creo que fuéramos conscientes de cuánto echábamos de menos al hombre tranquilo.
El Athletic ha tenido el cambio que tanto se ansiaba. Cuando las cosas van bien, habitualmente un cambio es casi siempre para peor. Lo que ocurre es que quizás no éramos conscientes de que las cosas iban bien. Uno vive el momento. Y el momento indica que siempre se quiere más de lo que se tiene. Si con Valverde no pudimos crecer más es porque probablemente no teníamos más que crecer. Su manera de ser, siempre alejado de los focos, de los conflictos, puede ofrecer una imagen apática, poco ambiciosa. Pero la realidad es que Txingurri Valverde ha dejado una herencia envenenada. Un listón enorme.
Al Cuco ya no le bastará ganar Supercopas, eliminar sobradamente a APOELs o clasificar al equipo para Europa cada año sin fichajes ni bajas. El Cuco deberá mandar mensajes ambiciosos en cada rueda de prensa, mientras deleita con un fútbol de corte bielsista y supera la sombra de un hombre muy tranquilo y un entrenador de nivel Barcelona.
Y mientras, el resto exigimos sin hacer lo que tenemos que hacer, que es ir al campo y convertirlo en una caldera. No creo que el problema sea el Cuco. Creo que el problema es que estamos en el camino de dejar de ser diferentes. Nosotros, el público, estamos separándonos cada vez más del equipo. Y el equipo lo nota. No son actores. Son futbolistas. Aunque a veces parece que vayan de la mano. Vamos todos a una. Y no convirtamos al Cuco en víctima de la tranquilidad de su predecesor.
Porque somos el Athletic, y si algo hemos sido históricamente, es de todo menos tranquilos. AUPA ATHLETIC eta AUPA CUCO!!!!