¿Eres tú John Wayne o soy yo?
Recluta Bufón
Stanley Kubrick (New York, 1928) es un autor tremendamente singular. Todas sus obras son reconocibles en su estilo hasta el punto que probablemente uno acierte que una película es de Kubrick sin saber quién es el director, pero a su vez, no hay un estilo kubrickiano que haya perdurado cinematográficamente a posteriori, o dicho de otro modo, no hay directores que sean considerados sus herederos naturales como ocurre con otros ejemplos (Brian de Palma el hitchcockiano o Steven Spielberg el davidleaneano). Esto es así probablemente porque Kubrick era tan personal que sólo Kubrick ha podido ser Kubrickiano. Él mismo aseguraba que jamás concedía entrevistas porque todo lo que tenía que decir estaba allá, en sus películas. Este detalle es evidente que siempre le caracterizó como una persona arisca, reservada y como una de las personalidades más desconocidas de la historia del séptimo arte. Sólo lo que la gente que llegó a trabajar con él nos ha contado es lo que sabemos de él como individuo.
Lo que sí nos cuentan sus películas es su faceta como analista de la condición humana. A nadie escapa que Kubrick era un cínico políticamente y en referencia a todos los asuntos que concernían al poder. Toda su obra gira en torno a la incomunicación; al aislamiento individual y a las consecuencias provocadas por ello; a la alienación del individuo por la maquinaria del Estado y de la sociedad; a la eliminación del yo , de la individualidad de cada uno. Kubrick era un hombre con una visión negativa del mundo, un hombre consciente de las complejidades de la condición humana y por lo tanto pocas veces tomaba partido ideológicamente, mas siempre se mostraba radical en la defensa del individuo como personalidad singular, con sus miedos, sus circunstancias, sus grandezas y bajezas.
LOS RECLUTAS EN VIETNAM
La chaqueta metálica arranca con un grupo de reclutas a punto de iniciar su proceso de instrucción como paso previo a ser enviados a luchar en la Guerra de Vietnam. El montaje de los reclutas siendo rapados en la barbería, mientras suena la canción Hello Vietnam de Johnny Wright es una metáfora tremendamente irónica que vincula a los reclutas del estamento militar con ovejas esquiladas, que al perder el cabello y vestir todos uniforme, les hace más difícil ser reconocidos como individuos con sus particulares personalidades y se convierten simplemente en seres desposeídos de su carácter (ver vídeo).
De ahí, Kubrick corta a uno de los momentos más recordados de la historia del cine, el famoso primer monólogo del Sargento de Artillería Hartman. Más allá de la mítica cinéfila que estos 6-7 minutos puedan poseer, no es una secuencia gratuita ni mucho menos. Kubrick permite despacharse a Hartman mientras sigue a este con la steadycam observando a todos los reclutas en posición firme. Hartman deja claro que el objetivo del entrenamiento es convertir a los soldados «en armas, ministros de la muerte, siempre en busca de la guerra», como si fuese algo de lo que estar orgullosos, es decir, el objetivo no es otro que arrancar de los soldados su humanidad. Hartman incide especialmente en sus monólogos con cuatro soldados que serán los que harán vehicular la historia: Bufón, Cowboy, Patoso y Copo de Nieve. Estos cuatro nombres de guerra que Hartman da a los reclutas es un paso más en el proceso de deshumanización que sufren los soldados, al ser desposeídos de su propia identidad.
A partir de ahí la película se divide claramente en dos partes. La primera es la que transcurre en el centro de entrenamiento y la segunda parte ocurre íntegramente en Vietnam. Es como si fueran dos mediometrajes independientes que unificándolos tienen sentido y forman un todo.
La primera parte carga su peso sobre todo en el personaje de Leonard Lawrence-Patoso y en su proceso de caída a los infiernos a medida que la alienación de su personalidad, los maltratos físico-psicológicos que sufre y las constantes humillaciones a las que es sometido acaban torturándole por completo. Es curioso cómo Kubrick consigue que el espectador sufra durante esta primera parte una transformación paralela a la que sufre Patoso: el espectador comienza riéndose de los discursos de Hartman como Patoso, de su manera malhablada, de sus excesos verbales; pero el asesinato de Hartman y su propio suicidio que Patoso lleva a cabo en el clímax de esta primera parte, completamente enloquecido y trastornado por las consecuencias del entrenamiento y la disciplina castrense, dejan al espectador con una sensación de turbiedad, de violenta incomodidad ante lo que está presenciando y con la risa del inicio completamente olvidada.
La segunda parte se centra en el campo de batalla en Indochina y carga su peso en el personaje de Bufón, a través del cual asistimos a las aventuras y desventuras de los soldados que luchan por su patria. Kubrick utiliza en todo el film el formato 1:37 o 1:85 muy alejado de los formatos panorámicos que ya se venían usando en la época del film, lo que añadido al uso de las cámaras Arriflex consigue muchas veces un aspecto visual muy cercano al documental. Esta puesta en escena resulta tremendamente conseguida y acertada en esta segunda parte del film, donde la steadycam sigue a los soldados como si estuviésemos asistiendo en muchos momentos a un videoreportaje de guerra.
La tensa y larga secuencia en la que el grupo de soldados entre los que se encuentran Bufón y Cowboy deben hacer frente a un francotirador, es el preámbulo al maravilloso clímax del film, en la que los soldados supervivientes van cantando mientras la cámara se va acercando a nuestro protagonista, nuestro individuo, nuestro ser entre tantos seres, que nos recuerda como mensaje final de Kubrick que «este mundo es una mierda, pero estoy vivo y no tengo miedo».
La chaqueta metálica se presenta sin duda como uno de los mayores alegatos no sólo antibelicistas de la historia, si no también antimilitaristas, mostrando al estamento castrense como un elemento devorador de individuos y sobre todo, de un elemento alienante de la humanidad.