EL MONSTRUO DE AMITY

Gritas «¡Barracuda!» y la gente dice: «Bueno, ¿y qué?. Gritas «¡Tiburón!», cunde el pánico y adiós temporada de verano.

Muchas (demasiadas) veces se llevan a cabo absurdos debates sobre lo que es buen cine y lo que no lo es. En estos debates aparecen los pseudointelectuales de la vida para atacar a todo lo que huela a mainstream o a cine comercial, por el simple hecho de ser films realizados con mucho presupuesto y dirigidos a ser consumidos masivamente para dejar jugosos beneficios a la compañía productora del mismo. Son estos pseudointelectuales una suerte de progresistas conservadores, los cuales en su empeño por atacar lo comercial como malo y el metacine o cine trascendental como bueno, entran precisamente en un juego reaccionario que les hace parecer más fascistoides que el propio Ronald Reagan. Y al final, para los que amamos y entendemos el cine por encima de las demás cosas de la vida, nos queda ese sentimiento de frustración por estar discutiendo con personas a las que, ni les gusta el cine ni entienden lo más mínimo de cine. No seré yo un mesías que juzgue esto a la ligera: es simplemente que a alguien que le gusta sólo un cierto tipo de cine no le gusta el cine (porque el cine es un concepto global, en el que pueden y deben tener cabida autores tanto intimistas como megalómanos, tanto Tarkovski como Eisenstein) y no entienden de cine porque tampoco saben argumentar por qué califican cine comercial como cine basura.

Esto viene a colación porque cuando el que esto escribe era estudiante de cine, fue abordado por un pseudointelectual progresista que me preguntó quién era mi director de cine preferido y mi película de cabecera. Sin dudarlo, le respondí que Steven Spielberg era mi director predilecto y que entre muchas películas favoritas, le podría decir TIBURÓN, del mismo autor. Su cara fue una mezcla de sorpresa, superioridad moral y desprecio, mientras sin vergüenza ninguna respondía: “Me decepcionas. Creí que me dirías Ingmar Bergman o Federico Fellini. TIBURÓN es una película de Telecinco a las 15:30 de la tarde.” Sabía por donde iba. Y cuando le pregunté qué es lo que no le gustaba de TIBURÓN, simplemente contestó: “Es una americanada comercial”. No había más argumentos. Hasta dudo que aquel señor se hubiese sentado a ver TIBURÓN alguna vez en su vida.

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Los inolvidables protagonistas del film: Robert Shaw, Roy Scheider y Richard Dreyfuss.

Como él, muchos de los que desprecian el cine comercial precisamente por ser comercial, no tienen argumentos, y califican películas bajo una misma etiqueta, sin tener en cuenta que hay films comerciales, que a pesar de ello o añadido a ello, poseen una autoría artística detrás. TIBURÓN es una de ellas, y me pondré a argumentar en los siguientes párrafos por qué es una de las mejores películas, no sólo ya de los años 70, si no de la historia del cine.

Amity, una isla de la costa este de EEUU. Comienza la temporada de verano. Los primeros turistas comienzan a llegar, para enriquecer al pueblo mediante su sector económico más importante: el turismo. Martin Brody (Roy Scheider) es el sheriff local. De repente, el pueblo se ve aterrorizado por los ataques de un gran tiburón blanco, que se va dejando un buen número de víctimas por el camino. El sheriff Brody, ayudado por un viejo zorro de mar, Quinn (Robert Shaw) y el oceanógrafo Hooper (Richard Dreyfuss), hará frente al enorme monstruo marino.

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Martin Brody, un hombre enfrentado a su mayor miedo: una bestia marina.

Este es el sencillo argumento de TIBURÓN. Protagonista enfrentado a un monstruo de dimensiones gigantes (en este caso un tiburón blanco). La trama no podría ser más sencilla. Sin embargo, Steven Spielberg, la usa de manera magistral para densificar el discurso que hay detrás de tan simple sinopsis. Y es que TIBURÓN nos habla de los miedos que cada uno llevamos dentro de nosotros. El tiburón del film no es más que una exteriorización del conflicto que Martin Brody (un inolvidable Roy Scheider) arrastra consigo desde hace muchos años: durante el film nos enteraremos que Martin Brody le tiene pavor al agua del mar ( cuando un vecino le plantea lo irónico de que viva en una isla, Brody le responde: “Sólo es isla si se la mira desde fuera”) y que además Brody es un neoyorkino de origen, que se trasladó a Amity con su familia “porque en New York había demasiados tiroteos”. El conflicto interno de Brody está presentado, pues, de manera clara desde el principio: es un hombre temeroso que huye de los problemas en vez de afrontarlos.

El Tiburón es, pues, una exteriorización de ese conflicto: un monstruo marino al que tendrá que acabar haciendo frente, en ese westerniano cara a cara final en el que Brody hará saltar por los aires al terrible monstruo.

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Pero TIBURÓN es mucho más que una simple película sobre los miedos internos. Spielberg aprovecha también la ocasión para mostrar una sociedad coral, representado por los distintos habitantes de Amity, y la interacción de sus diferentes personajes, enseñándonos las grandezas y las miserias de la condición humana. Ahí tenemos a Brody, responsable jefe de la policía local que quiere acabar con la bestia porque es lo correcto; Quinn que quiere solamente cobrar el botín por la caza del animal; Hooper (maravilloso Richard Dreyfuss), que se hizo oceanógrafo por su amor a los tiburones y que se encuentra finalmente aterrado por el tamaño del gran blanco que tiene en jaque a Amity; el alcalde, simplemente preocupado porque la temporada de verano con sus jugosos ingresos económicos no se vaya al traste, escondiendo a la opinión pública la presencia del escualo y siendo, indirectamente, responsable de la muerte del joven Alex (responsabilidad que la madre del niño hará recaer sobre Brody); el médico forense que realiza la autopsia de la primera víctima, y que cambia la causa de la muerte por presiones externas para no arruinar económicamente al pueblo… En definitiva una complejidad social que coloca a TIBURÓN como una de las grandes películas de los 70 a la hora de retratar una (aparente) idílica comunidad norteamericana.

La puesta en escena y el uso de los distintos elementos del lenguaje cinematográfico de TIBURÓN son elementos que convierten a este clásico del terror en una indiscutible obra maestra. Desde apuntes magistrales de guión, como esa anticipación descriptiva de las bombonas de oxígeno de Hooper que Brody usará para matar al tiburón. En un momento dado, Brody tira torpemente de uno de los nudos que mantienen estabilizadas las bombonas, haciendo caer una de ellas. Hooper reprende agresivamente a Brody el hecho de tomarse a la ligera el manejo de las mismas, so pena de provocar una explosión y hacerles volar a todos por los aires, debido al gas que contienen las bombonas. No contento con esto, Spielberg hace decir a Quinn: “Se ha traído usted un equipo muy caro, señor Hooper. No se qué piensa hacer usted con él, a no ser que se lo dé de comer.” Esto es precisamente lo que ocurre al final del film, cuando Brody hace morder al tiburón una bombona, y disparándole, lo mata haciéndolo volar por los aires.

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La inquietante música de John Williams, amenazante, acompaña rítmicamente cada aparición implícita o explícita del temible escualo, provocando antes de cada ataque una sensación de angustia en el espectador, que ya sabe de antemano que la bestia merodea en busca de un tentempié que llevarse a la boca.

Pero es sin duda en el trabajo de Spielberg donde se ve la majestuosidad del film en grado superlativo. El genial cineasta de Cincinatti separa el film en dos partes: la primera, la que describe los primeros ataques del tiburón, más terrorífica, más puro género de horror, donde se sugiere más que se muestra; donde se deja a la mente del espectador el imaginarse ante qué clase de bestia, en tamaño y forma, nos estamos enfrentando, a través de pequeñas pinceladas: una aleta enorme; un diente del tamaño de una pelota de golf encontrada en el casco de una barca hundida; las horribles muertes de las primeras víctimas… Es también, sobre todo en esta parte del film, donde Spielberg da una lección de cómo rodar cine en off; en casi ningún momento vemos al tiburón, provocando un mayor terror en el espectador que cuando lo vemos, pues no ponemos forma ni cara a algo que sabemos que es monstruoso y letal: me viene a la memoria al respecto, las muertes de la primera chica (escena mítica donde las haya) y del pequeño Alex, donde se nos muestra a través de planos subjetivos del escualo la amenaza que se cierne bajo el mar; la maravillosa secuencia de los pescadores que lanzan una carnada tratando de atrapar a la bestia, arrancando y arrastrando ésta con su fuerza el muelle donde están situados, y cómo vemos que el tiburón se acerca peligrosamente a uno de los pescadores que ha sido arrastrado al agua, mediante los restos del muelle que giran como si tuvieran vida propia en dirección al pescador, acercándose más y más a éste, que salvará la vida de milagro. Este uso del off cinematográfico se anticpa al que más adelante lleva a cabo el propio director en sus films ENCUENTROS EN LA TERCERA FASE y E.T, EL EXTRATERRESTRE, de manera no menos magistral.

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La segunda parte del film, la que cubre todo el tramo de la caza del escualo por parte de los tres protagonistas del relato en el barco Orca, es en sí mismo más cine de aventuras que propio horror. Esto viene dado por la aparición más constante del tiburón y por el propio tono de caza al monstruo, que bebe de films míticos del subgénero como MOBY DICK u ORCA, LA BALLENA ASESINA. Sin perder, eso sí, la intensidad y el pulso cinematográfico, Spielberg aprovecha este tramo para deleitarse con la presencia del gran blanco, desde el momento en que Brody lo ve por primera vez, en ese estupendo mitad clímax, en el que un aterrado Roy Scheider se echa para atrás y dice a Quinn :”Necesitará un barco más grande”; a partir de ahí Spielberg hace un uso menor del off cinematográfico (usado tan sólo en los momentos en los que se ve que los barriles que el tiburón lleva enganchados para hacerle salir a la superficie, se acercan o salen a flote, haciéndonos poner tensos ante la presencia no vista del escualo).

Es también TIBURÓN un canto de amor de Spielberg al cine y lleno de homenajes, por ende, cinéfilos, algo a lo que el cineasta de Ohio nos tiene más que acostumbrados. Así, los planos subjetivos del gran escualo nos remiten a los planos subacuáticos de la deliciosa LA MUJER Y EL MONSTRUO (Creature from the Black Lagoon, 1954), uniéndose a los homenajes ya citados de películas como MOBY DICK, ORCA o ese duelo final entre el tiburón y Brody que recuerda al clímax de cualquier buen western.

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El cara a cara final entre Brody y el escualo. Un clímax westerniano.

TIBURÓN se presenta así como una de las películas menos personales de Steven Spielberg (aún no era nadie en Hollywood cuando se lanzó a realizar este film), pero eso no impide que TIBURÓN se alce como una película autoral, como película que trata un tema desde un punto de vista propio de su autor. Ni la desestructuración familiar ni la pérdida de la niñez, temas recurrentes en la obra de Spielberg, aparecen en el film, pero esta obra maestra queda paradójicamente, como una de las mejores películas realizadas por su director.