Al nuevo movimiento populista que va cogiendo fuerza en Occidente y nacido a la vez como escudo protector y avanzadilla de infantería de la nueva política estratégica de EEUU, lo llaman Extrema Derecha. Lo dicen como si la derecha no fuera por naturaleza de por sí extrema o como si existiese otra derecha más de izquierdas. 

Ésta mutación del capitalismo ha surgido y va ganando terreno porque el capitalismo ha fallecido y lo tienen enchufado a un respirador artificial. China y el bloque que apoya a China es ya primera potencia mundial, pero estamos en ese período de transición histórica en el que el nuevo Rey, o el nuevo policía del mundo, guarda silencio y le ofrece al Rey caído unos últimos años para asimilar que la Corona y la porra ya no le corresponden. 

De ese respirador artificial, de donde el sistema capitalista que se ahoga aspira bocanadas de oxígeno mientras agoniza en muerte cerebral, surgen estos movimientos de extrema derecha que entablan un último y desesperado combate por mantener un Titanic sistémico que ya ha golpeado su iceberg. 

En esta última fase del capitalismo, el sistema ya no oculta con coqueto maquillaje lo que siempre fue. La democracia, que ya nació antidemocrática en los parajes griegos de la Antigüedad, fue la palabra escogida  para bautizar al nuevo sistema cuando el Rey Luis XVI y el siglo XVIII fueron ejecutados a la vez en París, en una Revolución dirigida por una burguesía francesa sedienta de poder. Desde entonces hasta hoy, los políticos de éste sistema habían estado al servicio y habían puesto la cara por quien los compraba con dinero desde las sombras. A la sutileza de defender los intereses de los poderosos la han llamado eufemísticamente y sin vergüenza ninguna «diplomacia». 

Pero ahora que el sistema capitalista y su gran abanderado de barras y estrellas se ve en peligro de perder el papel preponderante mundial con el que una vez soñaron fracasados ilusionistas como Alejandro Magno y Adolf Hitler, se han quitado ese traje barato con pajarita y la grotesca máscara a través de la cual exhibían alienantes y alienadas muecas y terroristas y terroríficas sonrisas. Ahora van a saco: son los lenguaraces e histriónicos hombres de negocios que antes compraban con dinero y amenazas las voluntades políticas de los políticos, quienes ocupan los sillones presidenciales de los grandes Estados. Ya no se esconden en las sombras. La amenaza de caer es tan grande que han tenido que dar un paso al frente y hacen política como antes hacían negocios. Utilizan la violencia de manera directa como la usaban antes para aplastar pequeñas empresas que les podían hacer sombra, por muy pequeña que ésta fuera. Usan la verborrea de quien todo lo sabe, porque en cuestión de cómo opera el poder, todo lo saben. 

Todos tienen en común rasgos físicos grotescos que los hacen parecer a lo peor de entre las criaturas surgidas de la imaginación popular del arte: a Donald Trump se le han hecho memes con bolsas de Cheetos porque ya no le caben kilos de maquillaje naranja debajo del felpudo que lleva por cabello; Javier Milei, mientras impone Su Ley, parece el hermano pequeño sin talento de los Blues Brothers; entre Nigel Farage y una tortuga de las Islas Galápagos no hay excesiva diferencia, más allá de la infinitamente superior sabiduría de éstas últimas y Elon Musk parece empeñado cada día más en parecerse a Leatherface. Hasta parece que lo hizo a propósito lo de aparecer en un escenario con una motosierra regalada por el presidente argentino.

Lo que parece que tienen en mente como proyecto político es desmembrar las grandes alianzas existentes a nivel político. Un ejemplo de ello es la UE. El objetivo es eliminar éste elemento neoliberal que le ha quedado caduco a EEUU a día de hoy. Trump y su junta de accionistas sabe y es consciente de que una UE rota y partida en pequeños Estados es más manipulable, más propensa a crisis económicas y por lo tanto, más simple de rescatar llegado el caso y de convertirla en dependiente del dólar americano. Para llevar adelante éste plan usan retóricas donde el inmigrante, el homosexual, la mujer, el negro, el ateo y la madre que los parió a todos ellos son demonios de ojos negros donde no brilla ni un soplo de luz. Son las minorías las que representan la decadencia y el peligro interno de un sistema a salvar donde el billonario compra elecciones, donde como decía el gran y querido Eduardo Galeano el oligarca imparte justicia social, a los golpes de Estado y a las guerras se las bautiza como «Operaciones por la libertad» y a la diferencia cada vez más acentuada de clases se la llama el «civilizado sistema de vida Occidental». Son retóricas vacías más allá del mensaje de odio que flota en la superficie, y por lo tanto, son mensajes que sólo pueden llegar a cabezas de tamaño natural pero que esconden un cerebro del tamaño de un guisante que es incapaz de estimularse lo suficiente como para generar preguntas y cuestionarse las realidades. Existen individuos emigrantes o inmigrantes (depende de si se les mira desde dentro o desde fuera) que son antiinmigración. Uno no acierta a entender la lógica de esta contradicción si no se la analiza considerando a esos individuos como sujetos de una gran ignorancia y con la capacidad de elaborar que pueda tener un burro. Han superado el colmo de aquel chiste en el que un mudo le decía a un sordo que un ciego les estaba mirando. Lo que es peor aún, son individuos de alma tacaña, atacada al poco dinero que puedan poseer, y cuyo carácter de podredumbre lo exteriorizan con falta de empatía y solidaridad, dos conceptos que dudo entiendan su significado.

Estados Unidos pretende exportar un estilo de vida donde las armas tienen más derechos que una persona que duda; donde la libertad está asociada sólo a la libertad del dinero; donde la sanidad pública es terrorismo; y donde se construyen muros exteriores para mantener fuera de las fronteras a los latinos que tratan de huir de la miseria generada por 130 años de pax americana y muros interiores para mantener fuera de circulación interna a los nativos americanos a los que robaron tierras, rituales y vidas por derecho divino y por golpes de espada, fusiles y cañones.

EEUU quiere dictar a 7 billones de personas alrededor del planeta cómo tienen que malvivir para que una mínima parte de su población, la que llega sin apuros a fin de mes, viva bien. Y eso no se va a conseguir sin resistencia. De momento, ya han calculado mal los costes del genocidio palestino y lo empiezan a pagar. Y lo van a pagar con intereses gordos.

A EEUU le queda poca vida como policía del mundo. Poca en cálculos tempísticos de Historia pueden ser 30, 40 o 50 años. Pero se le ven las grietas al sistema. Un Presidente gritón al que cada vez le hacen menos caso y protestas internas que a su vez van en aumento. EEUU no va a perder la guerra de la que él mismo ha encendido la mecha por victorias ajenas. EEUU va a perder de la misma manera en la que han perdido los grandes Imperios: desde dentro, a través de la disidencia creada por un sistema insostenible. Implosionando.