NON HAI SITIÑO QUE MAIS ME AGRADE QUE AQUEL MUIÑO DOS CASTAÑARES… 

ROSALÍA DE CASTRO

Una aldea con apenas algo más del millar de habitantes, situada en el margen de la ría de Muros-Noia. Eso es Esteiro. Qué fácil definirlo para los libros, pero cuán difícil definir tantas emociones, evocar tantos recuerdos, enumerar tantos momentos. La facilidad de simplificarlo para quien no lo conoce contrasta con la dificultad de abandonarlo una vez conocido. Esteiro, y por ende Galicia, es una tierra subdesarrollada pero fértil como pocas en lo humano. La borraxeira, esa densa niebla, actúa como una metáfora que no deja ver para muchos la enorme riqueza que se esconde en sus ribeiras. La gloria de los ancestros celtas aún se respira en su verde humedad y en la construcción social a base de pequeñas aldeas.

Esteiro es una aldea que marca. Al que es de allí y al que no lo es; al que está sólo de paso y al que vive de forma permanente.¡Cuántos recuerdos! Recuerdos de infancia.Los mejores momentos de mi vida. Aquellos veranos. La zapatería de mi abuelo. Los olores de los tornos, de los martillos y de los clavos oxidados.

Recuerdos de los días de fiesta en honor de la santa patrona de nuestro pueblo, Santa Mariña, el 17 de julio. Recuerdos de las carrilanas, por las que es famoso nuestro pequeño pueblo. Recuerdos de las comidas en casa de Pepe de Mariñán: un buen guiso, o una buena caldeirada.

Recuerdos deportivos. ¡Cómo sufría por el Carallo Santo, el equipo de nuestro barrio! Me costaba hablar con sus futbolistas, mis vecinos, porque eran mis ídolos. Años más tarde, con muchos de ellos, compartí vestuario, como Pipa. Y llegamos a la final, aunque la perdimos. La desgracia me llevó a fallar la ocasión más clara de nuestro equipo en aquel partido contra Tal. La gloria se me escapó por no elegir el palo largo.

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Recuerdos del Mundial de USA´94. ¡Cuánto me marcó aquel Mundial visto en Esteiro! Me hizo soñar con convertirme en Romario; con dársela a Bebeto tras un slalon para que la tocase suavemente a la red; con recibir un pase de Roberto Baggio y formar dupla de ataque con el que se convertiría desde entonces en mi ídolo futbolístico: Henrik Larsson y Endik Larsson liderando a un equipo temible al cual ni los codazos de Tassotti, ni los arbitrajes de Sandor Puhl ni porteros como Zubizarreta o Pagliuca podrían detenernos. El portalón de la cancela de mi casa servía como la portería que sufría las iras de mi ambición goleadora y la fantasía de mi mente para llevar a mi país (que no tenía ninguno) a ser campeón del Mundo. Apoyaba a Brasil, por Romario. Luego, después de aquel Mundial, a Suecia por Larsson. ¡Cuántos sueños aquel verano!

¡Cuántas visitas desde Euskadi! Mis tíos, sus amigos…Recuerdos de infancia rodeado siempre de adultos. Siempre me sentí más cómodo con gente crecida a la que copiar que con coetáneos con los que compartir fantasías.

Recuerdos en la playa de Parameán, donde aprendí a nadar. Recuerdos de los pic-nics en el Tambre. Cómo me gustaba el agua del río Tambre, porque era dulce, podía abrir los ojos debajo del agua y no se me irritaban los ojos. Ahora está prohibido bañarse en el Tambre. ¡Qué tristeza para las nuevas generaciones! En aquella presa acostumbraba a cazar y pescar Francisco Franco, caudillo de España por la gloria de un Dios que lo colocó como cazador y no como presa.

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Recuerdos de la gastronomía. ¡Cómo me encantaban los días de caldo gallego en mi casa! Devoraba todos los productos de la gastronomía gallega con devoción, excepto los días previos a que terminase el verano. ¡Cómo costaba tragar los alimentos! Se mascaba la tensión de una despedida que me obligaba a esconder las lágrimas desde días antes para acabar en un llanto desesperado al subir al coche.

Recuerdos de los no recuerdos que van desde 1997 hasta 2004, cuando apenas visité Esteiro 5 días durante 7 años. Circunstancias de la vida. Pero los recuerdos de aquellos veranos tendían a la idealización y a la nostalgia.

Y la universidad plantó las semillas para el retorno. Estudiaba el marxismo, el liberalismo, sistemas constitucionales, economía… Pero mi cabeza estaba siempre en el cine y en América, donde siempre me reprochaba no haberme ido a estudiar para lo que había nacido. Aquel verano de 2004 que finiquitaba un primer año muy duro en la Universidad, crisis de identidad incluída, decidí que tenía que volver a Esteiro. Era un viaje para reencontrarme a mí mismo. Necesitaba estar solo, rememorar el pasado en el presente, vivir las cosas por segunda vez pero en edad adulta. Necesitaba aprehender la idealización. Mi entrada fue a lo vasco: sin hacer ruido, reticente al contacto con las caras nuevas que no recordaba, sin forzar. Poco a poco, abriéndome a nuevas amistades, finalmente convertido en amante y amado, siempre deseando volver. Sin otro objetivo en la vida.

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Recuerdos de aquellas noches con los amigos. Aquellas bromas. ¡Qué risas por nada!

Recuerdos de paseos en solitario por las calles de Esteiro, por la ensenada de Somorto, por los campos de millo, por entre las casas de piedra y los horreos de Solleiros, por el valle de Uía… ¡Cómo me dejaba llevar por la imaginación! Pensaba en los celtas, en los cantares de Rosalía, en el idioma gallego (qué bonito suena), el folklore de aquella tierra, su idiosincrasia, en cómo no entendía cómo muchos defendían un gobierno central que arrebata sin darse cuenta la identidad de una nación bella como pocas y singular como ninguna. La huella que me dejaba cada verano se agigantaba durante el invierno.

Recuerdos de mis amigos. Los mejores de mi vida: primero Brais y Aarón. Luego se fue ensanchando con Nicolás, Eloi, Rubén, José, Javo, Mery, Sara, Añón… ¡Cuántas lágrimas en cada despedida! Sólo unos meses de separación que parecía un siglo.

Recuerdos de amores de verano cuya intensidad por la falta de tiempo hacían presagiar precisamente que serían eternos, pero a los cuales la llegada del otoño y de la distancia espacial les colocaba el sello de la defunción.

Recuerdos de interminables partidos de volley playa y de fútbol en el campo de los colegios, cuya valla saltábamos furtivamente para jugar a fútbol. Un salto hacia el interior de un recinto que los niños del pueblo seguro veían como una cárcel y un salto que seguramente ellos durante sus horas lectivas soñaban con realizar en sentido contrario, hacia fuera.

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Recuerdos de las cenas organizadas en casa de Manolo Docurro. El anfitrión gigante. Empezó organizando pequeñas fiestas a las que íbamos una decena de jóvenes y ha acabado alquilando carpas y DJ´s.

Recuerdos de la piragua. Con Brais remando detrás. Esa piragua con la que soñaba acabado el verano que me llevaba ría adentro mientras todos me buscaban para llevarme al tren y separarme de Galicia. Yo, en el sueño reparador, dueño de mi destino, remaba rebelde y me alejaba de aquellos que deseaban quitarme mi libertad.

Recuerdos de las ironías de Rubén; de Eloi,nuestro Bart Simpson; del sarcasmo de Nicolás; de la pausa racional de Brais; de las salidas nocturnas en coche con Aarón, cualquier excusa servía para recorrer en su 4×4 toda Galicia mientras sus habitantes dormían, incluso querer ver la capilla de la Virgen de Guadalupe en Rianxo a las tres de la madrugada. Pero, ¿por qué estaba cerrada a esas horas la capilla, primo? No importa, mañana podremos contar que hemos ido hasta Rianxo de noche a ver a la virgen y nos llamarán locos. Objetivo cumplido.

Recuerdos de recuerdos cuando ya estaba en casa de vuelta en septiembre. La melancolía me acongojaba sin consuelo posible. No quería ver a nadie, ni mucho menos hablar con nadie. Me encerraba con mis recuerdos, con la música de Luar na Lubre y de A Roda, hasta aprenderme todas las canciones de memoria. Me encerraba a leer los versos de Rosalía de Castro. No quería ahogar las penas, quería estar en Esteiro sin estar. Quería Galicia a mi lado aunque estuviera lejos. Quería ser gallego siendo vasco. Y cuando estaba en Galicia, remarcaba que yo era vasco, nada más. ¿Mitad gallego? No, vasco. Pero amo esta tierra más que los gallegos, era mi respuesta. Eso bastaba. Euskadi era mi mujer, Galicia una amante, el deseo lujurioso de quien no lo posee.

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Y recuerdo los retornos, cada retorno. Porque siempre se retorna. Como los miles de marineros muertos en la Costa da Morte regresan siempre a casa, yo regreso siempre a Galicia. Cuando estoy presente, en cuerpo; y cuando no estoy presente, a través de mis memorias. Porque como bien tituló Castelao a su inmortal obra, yo estoy Sempre en Galiza.