HOY PERDIERON CUANDO MERECIERON GANAR. LA INJUSTICIA ES BASTANTE COMÚN EN ESTA VIDA. PERO LES DIGO UNA COSA, MUCHACHOS: TRAGUEN VENENO, PORQUE YO LES ASEGURO QUE SI COMPITEN COMO LO HICIERON HOY EN LAS RESTANTES FECHAS DEL CAMPEONATO, SALDRÁN CAMPEONES.

El primer recuerdo que tengo de Marcelo Bielsa en mi memoria es paradójico para con las sensaciones y sentimientos (y también para la huella) que, posteriormente, el entrenador de Rosario iba a provocar en mi vida.

Y digo que es paradójico porque en aquel primer recuerdo que tengo de Bielsa yo apoyaba al equipo contrario al que él dirigía en ese momento. Nos situamos en el Mundial de Japón y Corea del año 2002. La Argentina de El Loco se la jugaba ante la Suecia de mi ídolo futbolístico Henrik Larsson.

Argentina, que llegaba como favorita para campeonar en aquel Mundial, tras una fase de clasificación en la que había apabullado a sus rivales y enamorado a su torcida, no consiguió pasar del empate en aquel partido. Esto dió paso al drama de todo un pueblo deprimido por la crisis económica del Corralito del 2001, y que tenía en el fútbol  la mayor de las vías de escape a una realidad social miserable.

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El Loco había fracasado. No sería la única vez que fracasaría en su carrera. Las personas como Bielsa nacieron para perder. Las personas que se mantienen fieles y leales a unos ideales sin importar las consecuencias, siempre pierden. Materialmente, al menos.

Las victorias de personas como Marcelo son otras. Y ahí reside la grandeza de Bielsa. Las hinchadas de los equipos que entrenó le perdonaron cada fracaso, porque sabían que habían ganado en la derrota. Los dirigentes de los equipos que dirigió, sus mandamases, los empresarios, sin embargo, nunca le perdonaron las victorias. Bielsa nunca fue de proyectos largos. Es imposible. En un mundo de exigencias cortoplacistas, Bielsa se sitúa como un elemento conflictivo en esa dinámica. “Un entrenador no es mejor por sus resultados ni por su estilo, modelo o identidad. Lo que tiene valor es la hondura del proyecto, los argumentos que lo sostienen, el desarrollo de la idea”, explicaba Marcelo en una rueda de prensa, como base de su filosofía. A Marcelo no le importa el resultado. Relativamente hablando. “Siento una atracción exagerada por la victoria” espetó una vez. Pero a Marcelo no le entra en su privilegiada cabeza ganar sin ser honesto; sin proponer; a través del camino más corto. “Se escucha mucho la pregunta jugar bien o ganar. Creo que debería ser una afirmación: jugar bien para ganar y no una interrogación entre dos opciones. Yo no concibo el fútbol sin protagonismo.” Bielsa, en ese aspecto, bebe de Menotti, que apoyaba al que en la situación de tener que cruzar un jardín lo hiciese circundándolo desde fuera, sin pisar el césped, antes que al que tomaba la decisión de llegar primero cruzándolo desde dentro, atajando en el camino, dañando las flores. Marcelo es un romántico en un mundo donde no se duda en golpear al rival que está tirado en la lona, si con ello se consigue la victoria rápida y fútil. Esa que no recordará nadie con el devenir del tiempo. Cuando uno habla del Mundial 74, lo primero que se cita es la Naranja Mecánica de Rinus Michels y Johan Cruyff. Sólo las preguntas del Trivial y las enciclopedias en los armarios nos recuerdan como un golpe realista al idealismo que Alemania ganó aquel Mundial. Bielsa nunca aparecerá en las Enciclopedias. La historia la escriben los ganadores. Marcelo Bielsa no es un concepto para mantener en el estante como sinónimo de triunfos materiales. Marcelo Bielsa es un concepto popular, que provocará sonrisas de nostalgia en los aficionados al fútbol de los equipos que dirigió. Sus triunfos son populares y su recuerdo la antítesis del cortoplacismo. Su figura entre la gente de a pie, entre los que verdaderamente dan valor al fútbol, se erige colosal. Se convierte en mito que sobrevivirá a generaciones, como la Naranja Mecánica del 74. Perder para ganar. “Ganar y no ganar no es lo mismo, pero ningún éxito inmuniza”.

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A Marcelo Bielsa lo dicen El Loco. Creo que la locura de este mundo es considerar a alguien tan cuerdo como un loco. Lo que debería ser ordinario para que todo funcionase armoniosamente, en seguida lo convertimos en algo extraordinario. “La única locura de Bielsa es el exceso de virtudes”, decía del profesor de Rosario Jorge Valdano, amigo íntimo, y, quizás por ello, uno de los pocos que se encuentra en la posición privilegiada de ver la realidad: que de loco, Bielsa tiene nada. ¿Por qué le dicen El Loco, entonces a usted, Marcelo? “Creo que se me llama Loco por una exageración del comportamiento”, explicaba Marcelo una vez. La exageración de Bielsa es decir lo que piensa; es exigir a los futbolistas que perciben un sueldo desorbitado que sean profesionales en todo momento; es involucrarse en todos los apartados que afectan a su trabajo, más allá de dar órdenes a un grupo de 23 futbolistas; es traspasar las fronteras del fútbol; es hacer cola para lograr un ticket para un acontecimiento con los demás mortales cuando tendría la opción de no hacerlo; es convertir una pregunta banal de un periodista en una lección aplicable a cualquier orden de la vida; es priorizar al camino antes que al fin, al cómo que al qué, al desarrollo de la idea antes que al resultado de la competencia; es sentarse durante horas a hablar con aficionados; es ganarse a un pueblo; es absorber la idiosincrasia de los lugares a los que va; es humanizar a los Dioses creados por los humanos; y es convertir el fútbol en filosofía para introducir una filosofía en el fútbol y extraer una parábola para ganar en la vida; la exageración de Bielsa es trascender a órdenes superiores mediante una nimiedad como el fútbol: es vivir como se juega.

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Soy partidario de un fútbol más urgente y menos paciente. Porque soy ansioso. Y también porque soy argentino. La única manera en que entiendo el fútbol es la de la presión constante, jugar en el campo rival y el dominio de la pelota”. Con esta premisa futbolística, Marcelo Bielsa se muestra como una persona que se involucra en todos los aspectos relacionados con su profesión (incluso con obras de construcción de campos de entrenamiento) y que exige a los que le rodean que lo den todo como lo da él y que nunca se especule en la vida con medias verdades, que se juegue siempre a la verdad absoluta de lo que uno piensa, aunque ese sea un partido que se pueda perder.

Y así, este Loco llegó a mi ciudad y a mi equipo: el Athletic de Bilbao. Casi seguro que su solo nombre hizo ganar las elecciones presidenciales al candidato Josu Urrutia en 2011. Aquel primer recuerdo que tenía de Bielsa del año 2002 pronto quedó disipado. Desde el primer momento se supo que alguien muy especial llegaba a un lugar muy especial. De nuevo, Jorge Valdano fue uno de los primeros que supo predecir lo que podía suceder: “La afición de San Mamés más Marcelo Bielsa pueden convertir al Athletic en un auténtico ciclón este año”.

Y fuimos un ciclón. Un ciclón destructor que pasó por toda Europa y al que le llovían elogios por parte de los damnificados. Llegamos a Old Trafford y la rompimos; llegó el Manchester United a Bilbao y lo maltratamos como un niño a un múñeco de trapo; y Ferguson dijo que merecíamos ganar la competición. El comandante rojo del fútbol dijo que nunca vio en su dilatada carrera a ningún equipo correr como había corrido el Athletic en aquella eliminatoria. El United quedó hecho trizas.

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Asaltamos Gelsenkirchen en otra noche memorable. Y vencimos vaciándonos contra el Sporting en semifinales, a la heroica; encerrando en su área a un equipo portugués que acabó asfixiado por la furia de un león que no había rugido tan alto desde hacía décadas. Equipo y afición pocas veces tuvieron semejante conexión. La gente de Bilbao acudía al estadio ansioso de ver al equipo. Había ansiedad durante la semana para que llegase el día del siguiente partido. No porque fuéramos a ganar; si no porque sabíamos lo que íbamos a ver: una locura.

Y así empezamos a creer en Bilbao que a lo loco se vivía mejor. Queríamos vivir a lo Bielsa: exigiendo a los profesionales; humanizando a los Dioses; convirtiendo el estadio en una caldera pasional de una intensidad superlativa.

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Al cambio, Marcelo nos mostraba el camino: nunca decía no a nada proveniente de un aficionado (una foto con él es uno de los tesoros que más cariñosamente conservo); sacaba la cara por nuestro club ante rivales, periodistas y empresas constructoras; decía que su mujer deseaba ser vasca. Su segundo año en Bilbao no fue exitoso. Fue muy duro. Pero a nadie le importó. La filosfía había calado. Pocos cuestionaban a Bielsa. En la derrota, se veía su grandeza. Y en Bilbao, no importó perder si se hacía a lo loco: de frente, con honestidad y con pasión, determinación e intensidad. La grandeza de Bielsa para con el Athletic no radica en haber llegado a dos finales; como tampoco su bajeza se limita a haberlas perdido. La grandeza de Bielsa para con el Athletic radica en lo especial que trajo a un club especial.

El Athletic, con su singular filosofía, necesita atraer a jugadores que mantengan la competitividad de la institución cada año, compitiendo contra proyectos cortoplacistas y sin ataduras filosóficas como nuestro club. Y Bielsa trajo consigo esa concepción del romanticismo en la que no todo es ganar. También hay principios a los que hay que respetar. Valores y ética. Para el Athletic, que vive de vender una concepción romántica para sobrevivir en la carnicería materialista en la que se convirtió el fútbol actual, lo que le dio Marcelo Bielsa es de capital importancia.

Y su gente así lo supimos ver. Igual que Holanda ha vivido luego grandes momentos futbolísticos, todos los holandeses sienten algo en el corazón: algo que les hace sentir que todo lo que vino después de la Naranja Mecánica no se disfrutó igual.

En el Athletic vivimos actualmente una época de vacas gordas. Sin embargo, sin Marcelo Bielsa, todos en silencio creemos que, una vez habiéndolo tenido con nosotros, nunca nada volverá a ser igual sin él.

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Todos en Bilbao sonreímos con nostalgia cuando hablamos de Marcelo Bielsa. Seguramente, como cuando él recuerda Bilbao. Hay lazos y uniones que duran para siempre, que no se imprimen en letra escrita y se convierten en Enciclopedias guardadas en estanterías; hay uniones que permanecen en el entorno, en el ambiente y en los corazones de los que lo vivimos. Que pasarán a generaciones venideras que ni siquiera lo experimentaron.

Todos comprendimos con Bielsa que a lo loco se vivía mejor. Porque vivir a lo Bielsa significa romper con lo ordinario y convertirse uno mismo en un ser extraordinario. ¿Cómo hacerle sentir, profe, cuánto le echo de menos?